Así como Aristóteles fue para la sociedad esclavista y Tomás de Aquino para la Edad Media, Hegel fue el filósofo más importante de la sociedad moderna, es decir, del naciente capitalismo. Ya en 1714, Bernard de Mandeville había hablado del interés egoísta como base de la felicidad colectiva, pero sólo en 1776 Adam Smith sistematizó el concepto del egoísmo como base de su teoría de la doctrina liberal, y con esa teoría se conformó la sociedad capitalista: que cada uno persiga su interés particular al margen de la comunidad o de la naturaleza para perseguir su enriquecimiento, porque hay una “mano invisible” en el mercado que lo regula todo y el Estado no debe ejercer otra función que la de hacer cumplir la ley.
En la ·Edad Media se hablaba de una armonía natural de la sociedad: las piernas eran campesinas, el tronco era artesanal, los brazos eran guerreros, la cabeza era la nobleza coronada por la Iglesia, y todo en un orden inmutable y eterno. Pero Hegel tuvo la virtud de enunciar dos principios: la historia se desenvolvía en un conflicto permanente e infinito de ideas: tesis, antítesis y síntesis, que renovaban su serie en forma indefinida o infinita. O sea que no había sociedades inmutables y eternas sino siempre cambiantes. Un gran aporte que, sin embargo, Hegel lo reducía al mundo de la Idea, como un debate entre una tesis y una antítesis puramente teórico. Pero el Estado era el reino del interés general, que inspiraba la conducta de la burocracia y de la fuerza institucional; y el fin de la historia era la sociedad moderna de su tiempo y el Estado prusiano. Esas fueron sus limitaciones principales.
A Marx se le atribuye una crítica profunda de Hegel desde su tesis de Derecho y es un lugar común decir que él puso sobre sus pies lo que en Hegel estaba de cabeza, es decir, que la lucha no se desarrollaba en el mundo de la Idea sino principalmente en la sociedad concreta, en su organización económica pero también política, jurídica e ideológica. Es un lugar común porque reduce el aporte de Marx a recomponer esa “inversión hegeliana” cuando su legado más importante es concebir la sociedad como una totalidad en la cual sus elementos influyen en el todo y la principal determinación, no la única, es la forma en que los seres humanos organizan la economía. En el “cielo” democrático, todos son iguales ante la ley, tienen libertad de expresión, de pensamiento, seguridad laboral, seguridad social, beneficios sociales, vacaciones, aguinaldo y desarrollo de sus culturas; pero en la “tierra” económica de una sociedad rige el “darwinismo social”, es decir, la lucha de los más poderosos con los más débiles y de éstos como resistentes al orden imperante; lucha en la cual la igualdad se vuelve una tremenda desigualdad por el tamaño del bolsillo.
Las ciencias sociales han tratado de desarrollarse como ciencias independientes y sin relación con el todo. Así la economía y la economía política, el Derecho, la Ciencia Política, la Ciencia de la Ideología y la sociedad ha sido estudiada por la Sociología, para los países centrales, y la Antropología para las colonias o semicolonias. El Derecho trata de hurtarse del conjunto de las ciencias sociales y se postula como una ciencia “normativa”, como si las normas no tuvieran nada que ver con una sociedad concreta, con su “tierra” en la cual hay un conflicto social permanente. Del mismo modo, la legislación social, como toda ley, es la resultante de luchas políticas muy graves, con su cuota de manifestaciones, asambleas, marchas, bloqueos, represión, prisión, condenas a destierro y a muerte. No olvidemos, por ejemplo, que la jornada de ocho horas, hoy tan común, costó el sacrificio de los trabajadores de Chicago y el colgamiento de varios de ellos.