Cambia, todo cambia…

PAREMIOLOCOGI@ 14/12/2015
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Escojo como título de mi opinión de la presente semana, el estribillo de aquella famosísima canción de Mercedes Sosa, pues como Heráclito ya había también mucho antes sentenciado: “Nada es permanente, a excepción del cambio”.

Es que el cambio marca la dialéctica diaria de la vida en todos sus aspectos, empezando por lo privado y terminando por supuesto en lo público. Por tanto, no encuentro motivo alguno que permita huir de aquel movimiento constante a la política y al Gobierno. Lo que ayer pudo ser novedoso, así sea mediante el despliegue de estrategias envolventes o buenos propósitos seguramente formulados de buena fe (sí algún político la tuviera), dado el inexorable transcurso del tiempo y lo testarudo de la realidad, años después queda –irremediablemente– en el pasado y urgen, por tanto, nuevas ideas y sobre todo, acciones renovadas. De lo contrario, me remito a lo que estamos viendo, sea en Argentina, en Venezuela o Brasil, y claro, en Bolivia el cacareado cambio no produjo los resultados prometidos y menos de forma sostenible.

Tratándose del ejercicio del poder, que como dice Galán es como un explosivo pues si no lo manejas con cuidado, te estalla en la cara, está claro que aún sin llegar a ese extremo, lo menos que hace es corroer a quienes lo ejercen y si se lo hace de manera arbitraria, concentrada y desmesurada (como aquí ocurre) termina a mediano o largo plazo aburriendo incluso a los militantes más pintados y naturalmente, al ciudadano promedio que pudo haberle concedido el beneficio de la duda, cansado a su vez de los anteriores que también pasaron. Wilthman decía que a su juicio –comparto plenamente con él– el mejor gobierno es el que deja a la gente más tiempo en paz (sin que ello implique defender que la gente le meta nomás).

De ahí que resulta profundamente incoherente para quienes se autodeclaran revolucionarios, progresistas y demás vainas que encandilaron y estuvieron de moda en el discurso del Socialismo del Siglo XXI, pretender aferrarse al poder por los siglos de los siglos con uñas y dientes (que como el FONDIOC prueba, las tienen bastante creciditas…) pues ello implica ir –contra natura– en sentido opuesto a la corriente del tiempo y del movimiento, anquilosando al estado y a la sociedad (también a lo político).

Por ello, las apocalípticas amenazas –parece que sólo les queda el recurso del terror– de volver al pasado, son hasta cómicas, pues ese extremo es sencillamente imposible ya que para bien o para mal, el país de hoy no es el mismo de hace años atrás, con sus luces y sombras. Precisamente, Shaw sostiene que “el progreso es imposible sin el cambio, y aquellos que no pueden cambiar sus mentes no pueden cambiar nada”.

La historia no sólo de Bolivia sino de Latinoamérica nos enseña que todo ciclo político se agota y que los gobiernos que prometieron, amenazaron o pretendieron y/o anhelaron así sea en la vía de la alucinación, gobernar y quedarse eternamente o por lapsos largos –acuérdense de García Meza y Arce Gómez que nos amenazaban con 20 años– terminaron sepultados por el peso de la realidad y… del inexorable cambio.

¿Valdrá la pena entonces resistirse al cambio? ¿Será que el temor a tener que rendir cuentas del meterle nomás es tan poderoso? ¿El pavor al fin de la impunidad asegurada, por ahora, es tan urgente? Y… no fuera mejor con Svampa considerar que “ni el mejor gobierno del mundo tiene derecho a perpetuarse en el poder y si lo hace termina convirtiéndose en antidemocrático”.

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