Davos y las corrientes de renovación

24/01/2016
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La reunión anual del Foro Económico Mundial de Davos ha concluido y, como ocurre todos los años, las opiniones de quienes sin pertenecer al muy privilegiado círculo de unos 2.500 políticos, empresarios, intelectuales y líderes destacados en diversas áreas participantes, han vuelto a dividirse entre quienes ven el encuentro con total escepticismo y quienes, aunque sin llegar a alentar demasiadas esperanzas, consideran que algo positivo puede salir de las montañas suizas.

Por supuesto, nadie espera que de las deliberaciones, que por lo demás se realizan a puerta cerrada, salgan grandes decisiones capaces de cambiar el rumbo de los problemas económicos, políticos y sociales más candentes y mucho menos que se conciba una fórmula milagrosa capaz de lograr en tres días lo que los gobiernos y organismos internacionales vanamente buscan durante todo el año. Pese a ello, si todavía hay quienes asignan alguna importancia al Foro de Davos, es porque a través de quienes participan en el encuentro se reflejan y proyectan amplificadas, las principales tendencias del mundo actual.

Un ejemplo de lo dicho es que con mucha frecuencia, como en esta ocasión, la agenda oficial resulta rebasada, más o menos espontáneamente, por la fortaleza de corrientes de opinión que se abren paso por encima de las formalidades. El creciente ritmo al que se concentra la riqueza en un segmento cada vez más pequeño de la población mundial es uno de esos temas que gracias a la repercusión mediática que le dio Davos se instaló como uno de los más importantes en la agenda pública mundial, con todos los efectos políticos que directa o indirectamente ello implica.

Este año, además de los ya consabidos temas como la recesión económica mundial o los conflictos que agobian al Medio Oriente, sorpresivamente han adquirido notable relevancia otros que hasta hace poco solían ser relegados a planos muy secundarios.

Uno de esos temas es el relativo a la participación femenina en los niveles jerárquicos del poder económico, político, social y cultural. Tel asunto saltó a los primeros planos al haberse comprobado que sólo 18 por ciento de los 2.500 participantes en Davos fueron mujeres, lo que fue visto como el más elocuente indicador del distanciamiento entre las élites que se reúnen en Davos y el ritmo al que se producen los más importantes cambios en la sociedad contemporánea.

El abordaje de ese tema puso en el centro de la atención a los nuevos liderazgos que paulatinamente van desplazando a sus antecesores. Es el caso del nuevo primer ministro canadiense, Justin Trudeau, que tanto por haber formado un gabinete con un 50 por ciento de participación femenina, como por haber adoptado una política migratoria ajena a los criterios tradicionales para acoger a los refugiados, se ha convertido en pocos meses en un símbolo de las fuerzas renovadoras que se van abriendo paso en los más diversos escenarios.

Desde una mirada escéptica podrá decirse que detalles como ese resultan irrelevantes frente a la magnitud de los problemas actuales. Y si bien eso es en alguna medida cierto, no es menos cierto que son esas corrientes renovadoras las que van sentando las bases de los grandes virajes de la historia.

Más allá de las formalidades impuestas por las urgencias de la agenda pùblica mundial, en Davos se refleja el vigor de las nuevas corrientes que están abriéndose camino

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