Si nos atenemos estrictamente a la pregunta del referéndum, nada debería cambiar en el escenario social y político inmediato, pues lo que en realidad se votó el pasado domingo, fue la posibilidad o no de reformar un artículo de la nueva Constitución, que recién entrará en aplicación dentro de cuatro años, es decir para las elecciones generales de 2019; por tanto, el resultado de la consulta no tendría por qué afectar al contexto actual. Sin embargo, el hecho de que el voto positivo a la reforma haya sido asociado de manera mecánica a la actual gestión del gobierno, y por supuesto a la figura presidencial, ha convertido el proceso en un acto político a favor o en contra, poniendo en cuestión la actuación política del Movimiento al Socialismo, del gobierno y del presidente.
De acuerdo con resultados preliminares, de manera contraria a las previsiones del gobierno, el No se habría impuesto en la preferencia electoral. El triunfo del No abriría un escenario positivo para la democracia boliviana, fundamentalmente porque forzará la renovación tanto de liderazgos como de propuestas políticas, es decir obligará a repensar el país, el proceso de cambio y sus posibles alternativas, tanto para el oficialismo como para las distintas oposiciones políticas.
La oposición como tal es una abstracción, en realidad está conformada por distintos sectores políticos y sociales portadores de diversos contenidos, liderazgos y sentidos, que estuvo unida coyunturalmente en el objetivo común de rechazar la reforma; sin embargo, ante el próximo proceso electoral, necesitarán prefigurar nuevos liderazgos de corte nacional y proyectarlos hacia el 2019. Del mismo modo, están obligados a elaborar proyectos de poder y propuestas alternativas capaces de dar respuestas a las expectativas ciudadanas y captar electores.
Para el partido de gobierno, el escenario del No es mucho más complejo y desafiante, debido a que estarían obligados a construir un nuevo liderazgo nacional de entre las filas del instrumento político, que como todos sabemos aglutina a distintos sectores con intereses económicos, sociales, políticos y culturales diferentes, y a personalidades con visiones confrontadas. El haber concentrado el poder y haber dado carta de exclusividad a un solo líder para cohesionar y conducir la organización política, los expone a múltiples zonas de incertidumbre y exponerse a posibles implosiones orgánicas. En el reverso de la moneda sería un desafío muy saludable para la práctica democrática interna y la reinvención del proyecto político.
Más crítico aún es continuar con los planes y funciones gubernamentales durante los cuatro años restantes, en un ambiente que se manifestó relativamente adverso a las pulsiones de poder del presidente, pues cerca de un 50% de los electores expresó el rechazo a la continuidad. ¿Cómo recuperar y reproducir la legitimidad después de estos resultados? ¿Cómo mantener un escenario de gobernabilidad interna y externa? Y más difícil aún ¿Cómo garantizar un triunfo político en 2019?