El camino a la Tierra sin mal

TEXTURA VIOLETA 08/03/2016
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Cuando en el pueblo Tupi-Guaraní se advertía un ambiente de tensión por la formación de jerarquías y excesos entre su gente, con privilegios amenazantes de la paz y la igualdad, los sabios karaí decidían que había llegado la hora de romper esa sociedad y crear otra, había que partir hacia la “Tierra sin mal”. Es una de las historias clásicas de la antropología y, tratándose parcialmente del territorio boliviano, es difícil no extrapolar esa concepción del mundo de hace más de 500 años a la Bolivia actual.

Cuando en 2006 Evo Morales llegó al poder con una aplastante mayoría, lo hizo en hombros de quienes tenían esperanzas y creencias en que se podía construir una nueva sociedad, simbólicamente se había hecho un camino hacia una nueva tierra, lo que podría ser la “Tierra sin mal” Tupi-Guaraní. Ya que el territorio es el mismo, se hizo un camino hacia un nuevo liderazgo de gente que atesoraba garantías ancestrales.

Lo indígena y sus fundamentos culturales se impulsaron desde el gobierno a lo largo de estos años como valores relacionados al ideal de una sociedad originaria igualitaria y más justa que se debían recuperar. Formas sociales que desde la antropología se podrían llamar “sociedades afluentes” y desde un sector de la sociología “comunismo primitivo”. Sociedades donde, además, la mujer gozaba de una posición más equilibrada en relación al hombre.

En las últimas semanas, en el contexto pre y post electoral de un referéndum que podía dar a Morales la posibilidad de ser reelecto, el mal se apoderó de todos los espacios posibles de difusión pública y lo ha hecho tanto en el ataque como en la defensa hasta la saturación, con acusaciones de todo tipo, escándalos de la vida personal relacionada con lo público, verdades a medias, mentiras, desmentidos, torpezas y groserías.

En ese período, en las refriegas por el poder se demostró que las mujeres pueden ser utilizadas y vapuleadas a conveniencia de la oposición y el oficialismo. Como telón de fondo, desde principios de año, cada tres días hubo un feminicidio y ninguna de las partes se pronunció al respecto.

Más allá del enfado, decepción u odio visceral, por la pérdida de esos valores de igualdad y justicia “traicionados”, que puede generar la posibilidad de malos manejos, corrupción y aprovechamiento del poder, en esta campaña han aflorado públicamente “maldades” que parecían erradicadas, o al menos estaban disimuladas, y se han visto expresiones de clasismo y racismo exacerbado y machismo reforzado, especialmente en la redes sociales.

Evo Morales ha dicho que se controlarán las redes sociales para evitar la difusión de mentiras (aunque las verdades no se conocen) y discriminaciones racistas. De discriminaciones machistas no dijo nada y ese espacio está plagado.

Es evidente que en Bolivia hubo, como mínimo, manejos poco claros de recursos públicos y que las responsabilidades no están aclaradas, que casi no hay autocrítica y que parece que las responsabilidades caen sobre cabezas de turco; por otro lado, desde el otro bando, desde donde se hacen las críticas más feroces también hay un pasado dudoso.

También es evidente que antes, en anteriores gobiernos, y ahora las mujeres, que son la mitad de la población, conviven y sobreviven en situación de violencia, en distintas formas y magnitudes, pero como es un mal normalizado no es un tema de escándalo, de crítica implacable ni de argumento de defensa. Es un asunto que está allí como el aire, no se ve pero se respira.

Hace unos 500 años el pueblo Tupi-Guaraní partió en búsqueda de la “Tierra sin mal” y se topó con españoles. Poca gente sobrevivió. Hoy, ¿a dónde ir?

Y para las mujeres, por las opciones que hay, es lo mismo unos que otros. Entonces, ¿hacia dónde escapar? Quienes no se comprometen ni actúan contra la discriminación de la mujer y el machismo no mostrarán el camino, hay que construirlo.

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