Quid pro quo es la expresión en latín que mejor refleja los últimos acontecimientos en Brasil. Lula da Silva será Ministro del gabinete de Dilma Rousseff. La explicación más común es blindarlo de la justicia brasileña, que poco a poco cierra el cerco sobre transgresiones a las leyes que terminarían con sus huesos en la cárcel, en compañía de ‘empreiteiros’ corruptos y operadores políticos sin ética condenados a prisión por el escándalo del Petrolão o Lava Jato. En mi opinión faltaría el ‘quo’ de la máxima en latín. Lula podría fortalecer el régimen de Dilma Rousseff, zarandeado por masivas manifestaciones y un porcentaje mínimo de brasileños que aún le apoyan, pero el ‘quid’ de blindar a Lula vendría aparejado con el ‘quo’ de apuntalar a una Presidente impopular.
Tal vez es muy poca la dosis del remedio de ayudar a la Presidente; quizá llega demasiado tarde y en un mal momento. La Corte Suprema de Brasil ha habilitado el juicio político (“impeachment” en inglés), si bien todavía faltan los procesos aprobativos en el Senado y la Cámara de Diputados para tumbarla. Los pinchazos telefónicos aunque parcos, evidencian, o a lo menos sugieren, que la Rousseff nombra como ministro al ex presidente y mentor suyo para protegerlo de la justicia: es el ‘quid’ del arreglo. La prioridad de Lula será convencer a congresales en el Senado y la Cámara Baja de rechazar iniciativas que defenestren a Dilma: es el ‘quo’ del tema.
¿Implicancias para la realidad política de Bolivia? En el pasado sostuve que los mejores expertos en asuntos brasileños deberían ser bolivianos, porque urge mirar a Brasil y no a Venezuela. Lo reafirmo. Es verdad para nuestro comercio exterior, de que el país vecino es el mayor mercado natural solamente en sus Estados interiores. Es realidad para nuestra política exterior, desde el logro mayor de obtener salida al Pacífico uncida a la urgencia brasileña de acceder a mercados asiáticos, hasta logros importantes como asegurar el mercado brasileño al potencial energético del gas natural y las represas hidroeléctricas propias y binacionales con esclusas que lleven al Atlántico. Es contexto ineludible para mejorar acceso a la Hidrovía Paraguay-Paraná por el canal Tamengo.
Sin embargo, la última jugada de Dilma Rousseff y Lula da Silva modifica mi opinión de que la primera debería quedarse en la Presidencia. Como declaró la líder ecologista Marina Silva, el gobierno brasileño “pasa a tener dos mandos, la presidente elegida y el presidente Lula”, creando “en la práctica un primer ministro dentro un sistema presidencialista”, que “puede llevar al descrédito de las instituciones”. En Bolivia, el partido de gobierno dibuja un “plan B” de poner a Choquehuanca o a Evaliz de títeres en 2020-2025, con Evo de hombre-símbolo y los sospechosos de siempre como poder detrás del trono. Falta nomás que le den el ministerio de la Presidencia a Evo Morales.
La gambeta de Dilma y Lula también niega mi juicio de que el gigante sudamericano optaba por la solidez institucional en una democracia madura, en vez del populismo autoritario que “le mete nomás”. Brasil recula y debilita sus instituciones, pero su Poder Judicial es respondón y pronto estallará la rabia popular frustrada con la crisis económica y el “jeitinho” de Dilma y Lula. Bolivia sigue con sus instituciones débiles y atropelladas.
Mientras tanto, siguen las telenovelas ‘¿Qué culpa tiene Zapatagül’? en Bolivia y ‘¿Qué culpa tiene Lula? en Brasil. El trasfondo es el mismo: la corrupción. Queda la conjetura: ¿Y si la lujosa hacienda de Atibaia y el apartamento triplex en la playa de Guarujá, ambas redecoradas por la OAS, fueron un ‘dulce’ para que la ‘empreiteira’ bahiana “amarrase” los $1.000 millones de dólares del BNDES para contratos camineros en Bolivia?