El 12 de abril es en Bolivia el día dedicado a la niñez. Lo es desde que así lo dispusiera en 1955 el gobierno por entonces encabezado por Víctor Paz Estenssoro porque en esta fecha en 1952 la Organización de Estados Americanos (OEA) y Unicef redactaron la declaración de Principios Universales del Niño.
Dos años después, en 1954, la iniciativa de la OEA tuvo eco en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), lo que se plasmó en una resolución de la Asamblea General de ese año mediante la que se exhortaba a los países miembros que instituyeran el Día Universal del Niño.
Como resultado de esas diversas iniciativas, se ha impuesto cierta confusión que, como ocurre con otras fechas similares, da lugar a la dispersión de esfuerzos y a que se desvirtúe el propósito original de jornadas enfocadas en un tema principal. A eso también contribuye la deplorable tendencia a dar un sesgo comercial y consumista a fechas que, como ésta, terminan siendo banalizadas por la mercadotecnia y su inclinación a frivolizar hasta los asuntos más serios.
A pesar de ello, y aunque la manera actual de celebrar el Día del Niño se haya alejado del espíritu original, no deja de ser oportuno aprovechar la ocasión para reflexionar sobre la manera como cada país, cada departamento y municipio, e incluso cada institución, familia y persona, está contribuyendo a mejorar o empeorar las condiciones de vida de la niñez.
Esa tarea, por supuesto, se refiere a algo mucho más que los actos demagógicos en los que por unas breves horas se escenifican actos de “homenaje” a la población infantil, se la agobia con regalos las más de las veces superfluos o se finge una preocupación que se diluye en cuanto terminan las celebraciones.
Frente a ese tipo de actos, que son lamentablemente cada vez más abundantes, escasean en cambio los elementos que harían falta para ensayar una evaluación serena y objetiva sobre la manera como estamos afrontando el bienestar de la niñez.
Pese a ello, lo que es en sí mismo un síntoma de lo relegado que está el tema en las políticas públicas, se puede constatar que Bolivia, como todos los países de la región, ha logrado notables mejoras durante los últimos 34 años, más precisamente desde 1982, cuando uno de los primeros y más importantes actos del gobierno del Dr. Hernán Siles Zuazo fue sentar las bases de una muy sólida política pública de salud y educación infantil, especialmente en las áreas rurales del país. Así se inició un proceso permanente de disminución de las tasas de mortalidad y aumento de esperanza de vida y educación.
Si algún mérito se puede reconocer a los gobiernos que desde entonces fueron sucediéndose en la conducción del país, es que todos tuvieron el acierto de mantener las líneas básicas de las políticas públicas dirigidas a mejorar las condiciones de vida de la niñez.
Sin embargo, y a pesar de lo anterior, es igualmente evidente que las tareas pendientes son todavía enormes y no hay posibilidades reales de afrontarlas con éxito si no dedican más esfuerzos y recursos materiales y humanos para mejorar la calidad de vida, y por consiguiente las posibilidades de desarrollo futuro, de quienes están dando sus primeros pasos en la vida.
A pesar de los muchos logros, es necesario dedicar más esfuerzos y recursos materiales y humanos para mejorar la calidad de vida, y por consiguiente las posibilidades de desarrollo futuro de la niñez boliviana