Yo quiero ser como el Pajla

RESOLANA 13/04/2016
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Cuando sea grande, yo quiero ser como el Pajla, alias Xavier Albó, el amigo Pajliri, el “piadoso” que junto a otros audaces se atrevió a formar la única comunidad mixta de sacerdotes y laicos, el padrecito Albó que hizo su noviciado deambulando por comunidades campesinas indígenas del valle cochabambino (ese al que Cliza le robó el corazón y la honra, según él mismo cuenta) y sigue correteando por las del Chaco y las del altiplano.

Yo quisiera parecerme aunque sea un poquito al fundador de la aventura CIPCA (Centro de Investigación y Promoción del Campesinado), al militante de la huelga de las mujeres mineras que el año 1978 logró la apertura al regreso de exiliados que iniciaría nuestro más largo y fructífero período democrático en la historia del país.

Me ilusiona ser como el Dr. Albó, que no tiene miedo nunca de decir lo que piensa (aunque sea pateando el tablero y en la cara de quienes lo están adulando); el que escribe las cosas más profundas con una sencillez coloquial que convence; el visionario que en la década de los años 70 comenzó a hablar de Estado plurinacional, a quien nunca le importó que le digan que es “un cura de mierda” por andar “levantando indios”.

Cuando el corazón me crezca lo suficiente, quiero ser como este jesuita que mira de frente a los años y a la muerte con una agenda de proyectos y pendientes que cansarían a una quinceañera; un hombre a quien no le pesa sentarse a la mesa con moros y cristianos si se trata de una oportunidad para vender su charque o para facilitar el diálogo; quisiera disfrutar, como él, con las pequeñas cosas de la vida, la comida, entre otras, y reírme de mi misma con la impudicia que él usa, y contar con su insaciable curiosidad por las cosas de este mundo… y del otro, al que no le tiene miedo.

Quisiera tener la memoria de elefante que Xavier tiene, para agarrar y masticar con grandes, poderosos bocados los buenos y los malos recuerdos, sin recato por las lágrimas que eso trae, recordando desde su lejana infancia en un pueblito rural catalán, los continuos viajes en camión de Cochabamba a Cliza “puros comerciantes y peones y, en medio, un curita con sotana negra”, las subidas al Cotopaxi en Ecuador, su propia, peculiar versión del pastoreo de almas entre los migrantes mexicanos en Estados Unidos y las mil y una anécdotas en España y Bolivia, sus dos países, y en centenas de otros lugares, siempre con la boca y la cabeza abiertas.

Por todo eso quiero ser como el Pajla, pero, por sobre todo, quiero ser como el sacerdote - antropólogo que no tiene miedo de decir que sus 50 años de sacerdocio, “más los otros previos de preparación, se han caracterizado por un proceso de apertura creciente a los ‘otros’ distintos, con particular énfasis en los pueblos indígenas y marginados política, económica y religiosamente, para ir descubriendo juntos, con ayuda del Espíritu, los inescrutables misterios de Dios Padre-Madre y de su Hijo Jesucristo que nos manda amarnos y perdonarnos unos a otros, no para imponerles “mi, nuestra” verdad, por muy firme que la sintamos, sino para ir descubriendo juntos –inter-lo que-sea– esos insondables misterios y los de la vida en este y el otro lado del umbral estrecho de la muerte en nuestra clave, en la de los budistas, la de los adivasi de la India o cualquier otra”.

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