El Gobierno y la Iglesia

17/04/2016
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Desde que la Conferencia Episcopal Boliviana (CEP) difundió la Carta Pastoral “Hoy pongo ante Ti la vida o la muerte" sobre narcotráfico y drogadicción, las autoridades del Gobierno no han ahorrado calificativos para agredir a la jerarquía eclesiástica sobre, como les ocurre últimamente, premisas falsas que rápidamente son develadas.

A esa forzada confrontación se debe sumar su incapacidad de asimilar las críticas que se les ha hecho por su obsesión por reproducirse en el poder y su creciente autoritarismo, peor aún si han provenido de quienes creían que podían servirles como carta de presentación ante el papa Francisco.

Una hipótesis para entender esa actitud fue originalmente difundida por varios “disidentes” del MAS,  que afirman que el proyecto  político-ideológico y de Estado que llevó al MAS al Gobierno el año 2005 ha concluido, por lo que el afán de prorrogarse en el poder respondería, como ha sucedido con muchas experiencias similares en el país y la región, al objetivo central de seguir usufructuando los goces del poder, lo que exige que éste sea ejercido por un círculo cada vez más estrecho de colaboradores que permiten  e incluso maquillan la corrupción como forma de mantener lealtades y no toleran fiscalización alguna.

Otra, más referida a su traumática relación con la Iglesia Católica, es que en los inicios del Gobierno actual y dada su fuerza electoral y social las autoridades lograron cambiar radicalmente muchas actitudes en la administración del Estado, a partir del hecho concreto de que establecieron, no sin violencia, que ellas eran el poder y, por tanto, terminó la época de aceptar otras intermediaciones entre ellas y los diferentes sectores de la sociedad.

Es decir, atrás quedó el papel mediador que en reiteradas oportunidades cumplieron los obispos de la Iglesia Católica a los que, por un lado, se les intentó exigir infructuosamente su adhesión al proyecto político y, por el otro, se les cerró cualquier espacio para que ejerzan aquel papel conciliador.

Sin embargo, transcurrido el tiempo y ante tres derrotas electorales sufridas por el oficialismo y el fin del discurso de la seducción, surge nuevamente como referente la Iglesia cuyos obispos llaman la atención sobre temas medulares de la vida social ya no sólo con la mencionada Carta Pastoral sino también advirtiendo sobre “señales evidentes de división”; la “urgente necesidad de despojarnos de actitudes egoístas, soberbias y vanidosas; y la mentira es el mecanismo más destructor de la unidad” para, luego, constatar “el vacío de líderes auténticos, veraces y honestos”, “que sean capaces de integrar a todos los ciudadanos”, que reflejen “la sabiduría de crear consensos en la diversidad y con la diversidad (...) respetar el poder y la voz del pueblo, sin centralismos ni partidismos, administrando honradamente los bienes del estado sólo y únicamente en favor del país”.

Es decir, frente a exhortaciones como las reseñadas las autoridades consideran que no les queda otra reacción que la agresión, porque parecería que han desaparecido los argumentos. (Reedición)

Frente a exhortaciones como las de la Conferencia Episcopal, las autoridades consideran que no les queda otra reacción que la agresión, porque parecería que han desaparecido los argumentos

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