Han pasado 4 semanas de la Pascua. Seguimos celebrando el tiempo pascual que durará hasta Pentecostés. Las lecturas de la Palabra que escuchamos nos forman y ayudan a afianzar nuestra fe en Jesús resucitado y a considerar la importancia de la vida nueva en Cristo, injertada en nosotros a través del sacramento del bautismo. La vida cristiana es alimentada con la oración diaria, las obras de caridad, el cumplimiento de los mandamientos. También ayuda a nuestra vida el recuerdo y veneración de María, la Madre de Jesús.
En el evangelio de Juan 13,31-35ª.34-35, Jesús nos da un mandato: la de amarnos. Pero, ¿es que se puede imponer el amor? ¿Se puede mandar a alguien que ame a otro? Está claro que no. Una imposición así no la podemos imaginar. Sin embargo, Jesús nos dice claramente: “Les doy un mandato nuevo, que se amen como yo les he amado”. Este es el mandamiento principal de los cristianos, o sea, de los discípulos de Jesús. El que no trabaja para vivirlo no es cristiano. Este es el mandamiento por excelencia de Jesús.
Todo cristiano, mínimamente formado a la luz de las enseñanzas de Cristo, sabe muy bien que el amor a Dios y al prójimo es fundamental, hasta el punto que, sin amor no hay vida en Cristo. Todos también sabemos que los cielos nuevos y la tierra nueva que el Señor nos depara pasan por la fidelidad a Dios en el amor. La Pascua es exigente y nos está llamando a ser colaboradores del reino de Dios, reino de justicia, santidad y amor. Al mirar la realidad, no podemos permanecer pasivos y contentos con nosotros mismo y dejarnos llevar del conformismo pues “el amor a Cristo nos urge”. De lo contrario nos volveremos unos cobardes.
Si entramos al Antiguo Testamento encontramos también el mandamiento del amor a Dios y al hermano, “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Hay que recordar que el amor así mismo es necesario para sentir la necesidad de amar al otro. Jesús en el evangelio recurre muchas veces a recordar los mandamientos de la ley, de lo mandado a su pueblo a través de Moisés en el Sinaí.
El mandamiento del Señor del Antiguo Testamento, Jesús lo hace suyo: “este es mi mandamiento, que se amen como Yo les he amado”. Es un mandamiento nuevo y original porque Jesús dice: “ámense como Yo les he amado”. La novedad está en que no se puede amar de cualquier manera, sino “como Yo”. Original porque el amor debe ser sin límites. El amor se amplía a todos, no sólo a los de mi religión y raza, sino a todos sin excepción. El amor cristiano no permite la discriminación. El amor del Padre al Hijo, es el modelo perfecto y la entrega debe ser en la medida en que Cristo se donó a la Iglesia, hasta dar la vida por toda la humanidad
El amor del cristiano debe superar los estados afectivos en los que nos vemos envueltos. El amor que se reduce al mero sentimiento deja de pertenecer a la persona, y pues no es un amor decidido, desinteresado, cultivado, ofrecido, generoso. Solamente cuando el amor es una decisión libre, pasa a la propiedad de la persona que ama y ésta no sólo es arquitecto de su destino, sino también de su amor. El amor-decisión, por oposición al amor-emoción, es un proceso de esfuerzo diario para poner lo mejor de sí mismo al servicio del otro
Al darnos Dios este mandamiento no es tanto la imposición de un nuevo mandamiento, sino que es la consecuencia de su amor gratuito, quien nos ha amado hasta darnos a su Hijo. El amor que Jesús nos pide es un don que él da a los que creen en él. De la benevolencia de Dios, brota el amor cristiano. El amor es una respuesta de bien nacidos y, hemos nacido de Dios que es amor, según la definición que el apóstol Juan da: “Dios es amor”.
El gran doctor san Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras”. Así es, si amas de verdad vas a hacer lo que quiera la persona amada en la verdad. El mandamiento del amor mutuo que Cristo pide, va dirigido a sus discípulos a quien él ama entrañablemente, hasta el punto de dar la vida por ellos. Los discípulos han dejado todo por estar con Jesús a quien aman. Sólo dentro del amor de Jesús y de los discípulos a Jesús, se puede entender este mandamiento nuevo del Señor. La fe es una gracia de Dios, pero si la fe no lleva al amor, se convierte en una des-gracia. El amor nos identifica como cristianos según Jesús: “en esto conocerán que son discípulos míos, en que se aman mutuamente”.