La llegada de la caravana de los discapacitados a la sede de gobierno, y el modo en el que el gobierno la ha recibido, ha dejado una sensación de que tenemos un gobierno de corazón duro. Con justa razón se lo ha tachado de insensible, pues los bolivianos esperábamos una actitud distinta de él. Esperábamos la posibilidad de que las autoridades disuadan el inicio de su marcha sacrificada hacia La Paz, pero la caravana cada vez más sumó adhesiones, se organizó de mejor manera y emprendió la marcha.
Por supuesto que el panorama se tornó más cruento, pues no es lo mismo emprender la caminata en sillas de ruedas, con muletas, y necesitando más apoyo, vituallas especiales, y claro, necesitando más tiempo para llegar a La Paz. Es así que después de más de 40 días, llegaron a la sede de gobierno. Una vez más la población paceña mostró su solidaridad y dio un caluroso recibimiento a toda la caravana; pero tanto ella como nosotros esperábamos que el presidente saliera a recibirla, y no que una ministra se sintiera ofendida y “discriminada” ante la negativa que dio la caravana de dialogar con ella. ¿Qué irrisoria la vida no?, pues quienes permanentemente son discriminados, marginados, en todo sentido, son precisamente esas personas que la “discriminaron”.
Pero las bofetadas siguieron, el día en que el presidente podía, por mínima cortesía y empatía, salir a recibirlos, estaba en otros asuntos. No le costaba nada salir a saludarlos, no sabe cómo los bolivianos hubiésemos celebrado un poco de humanidad de su parte. A esto se sumó la represión con gasificación incluida que sufrió la caravana, por favor, no era necesario tal represalia. Para rematar, como se hace con los movimientos peligrosos o a los que se les teme de vándalos, el gobierno se resguardó poniendo vallas a cada esquina de la plaza.
Con todo, ¿que esperábamos los bolivianos?, que el presidente por supuesto los recibiera en palacio de gobierno, en la casa del pueblo, pues con más razón, las personas con discapacidad son el pueblo. Esperábamos que se les permitiese la entrada a la plaza Murillo, que se les diera la mano, se mostrara solidario con su situación, y pusiera todos los medios para el diálogo y la posibilidad de encontrar alguna salida. Esperábamos que antes de partir al Ecuador a solidarizarse por el terremoto llevando ayuda, atienda a los discapacitados de Bolivia pues seguro que cada día ellos viven pequeños tornados en un país en el que pocas posibilidades tienen de desenvolverse.
Todo lo que esperábamos que sucediese y hasta el momento no pasó, nos remite a un anquilosamiento y pérdida de humanidad de las autoridades, pues si un compatriota discapacitado no pudo interpelar al presidente, el cuento de la búsqueda de justicia y de ser el gobierno del pueblo queda grande y hueco. Sin embargo sigue rondando en mi cabeza la cuestión de si existe algún momento del día o de la vida en el que quienes están en función de gobierno se sinceran consigo mismos. ¿O será que el poder puede obnubilar tanto y causar la pérdida de empatía con el prójimo, entendida como la posibilidad de estar por un momento en los zapatos del otro e identificarse? Si perdemos esta cualidad, perdemos la condición de seres humanos, condición sine qua non para gobernar un pueblo ¿no creen?