Sucre no sólo ha sido una ciudad postergada, sino siempre carente de actividad empresarial. Su vocación original fue agropecuaria feudal, con incipiente economía de servicios, pequeño comercio de importación y una burocracia de altos valores. Antes de la revolución del 52, contaba con una industria privada ligada a la agropecuaria tradicional, consistente en molineras y panaderías, una fábrica de cigarrillos, una cervecería, una fábrica de alcoholes de cereales, de chocolates, de sombreros y una actividad artesanal muy importante de confecciones, curtiembres, reparaciones, construcciones y alimentos y bebidas y algunas más que escapan a nuestra información.
La etapa de inversión con participación del Estado se inicia con FANCESA, fruto de la reconstrucción de Sucre después del terremoto que sacudió sus cimientos, y posteriormente CORDECH, con el fruto de los recursos de su suelo y primeras inversiones regionales. Los primeros años parecían prometedores y creativos, pero conforme pasaba el tiempo surgían los bastardos intereses políticos, hasta convertir entidades estatales en haciendas políticas y gremiales.
Esto pasa con FANCESA, que llega a esta altura del tiempo, dejando improvisación, privilegios y ricos beneficiarios. Los predicadores de la exitosa gestión de FANCESA y creyentes en la dilatada e inoportuna ampliación, parecen ignorar que ya están entrampados entre nuevos emprendimientos privados, que aceleradamente se disponen a desplazarla del mercado, afectando el esfuerzo de los promotores de este emprendimiento que fue el orgullo de Sucre y hoy es su vergüenza.
Por su parte, CORDECH, en su liquidación, entregó sus bienes a la Prefectura y a municipios, y sembró dudas sobre el destino de bienes afectados por la participación popular y la falta de información oportuna. Con CORDECH, surge también la economía de las regalías de Chuquisaca, que son para el cuento.
Las pertenencias petroleras en la provincia Azero de Chuquisaca, entre 1879 y 1917, comprenden los cantones Camatindi, Cuevo, Ticucha, Macharetí y Huacaya; siendo los primeros concesionarios “El Sindicato Sucre”, “Poderosa” de Chuquisaca y otros menores, que según –Sergio Almaraz Paz, en su libro “Petróleo en Bolivia” – alcanzan un total de 2.145.000 hectáreas de la provincia Azero de Chuquisaca.
Posteriormente, en la década de 1920, se juegan intereses transnacionales, especialmente de Standar Oil Company, que empieza activando zonas de reserva internacional con intensas tareas de exploración, hasta el extremo de provocar una guerra internacional y alentar la voracidad de unos y otros.
Con la revolución de 1952, surgen nuevos campos que alteran la geografía nacional; surgen Camiri, Sanandita y Bermejo, borran del mapa la provincia Azero de Chuquisaca y, con ella, megacampos que más tarde reaparecerán como “compartidos”.
Así, una nueva realidad chuquisaqueña empieza con el campo Monteagudo, hoy languideciendo; luego el soñado “Vuelta Grande”, esperanzas que se apagan: primero, por la capitalización de YPFB, y luego, por la producción destinada al mercado interno a precio subvencionado de 28,68 $US/Bbl; mientras otros campos del país se han favorecido con la exportación y precios calculados sobre la base de hasta 140 $US/Bbl…
Así, Chuquisaca sigue subsidiando al país, y es víctima de la desinformación y la ausencia de entidades que, con amor y civismo, protejan sus intereses. La naturaleza en su sabiduría lo equilibra todo, a países ricos les provoca graves desastres naturales; a los bolivianos, en cambio, nos castiga con malos gobiernos, malas autoridades y malos bolivianos... Continuará.