Por la década de los 40, un joven desconocido (aproximadamente 18 años), empezó a salir del anonimato artístico cuando estrenó su pieza teatral El canillita (1943). Un año después, el nombre de Raúl Salmón de la Barra (1925-1990) se fue grabando en la memoria colectiva de la urbe paceña por sus consecutivas representaciones dramatúrgicas. Hasta el día de su muerte fue uno de los personajes más influyentes en el campo artístico, los medios de comunicación y al final de su vida en la política.
La amplia producción artística de Salmón puede dividirse en cuatro distintas etapas: 1) teatro histórico; 2) teatro social; 3) teatro costumbrista; y 4) farsa de sentido social. El dramaturgo Salmón aplicó el rótulo “teatro social” a sus obras compuestas entre 1943 hasta más o menos 1952: dramas de fácil comprensión, escritos con el propósito de mostrar los males de la sociedad y ofrecer soluciones moralistas. Sus personajes representados en sus obras son prototipos vivos de la sociedad boliviana de mediados del siglo XX. Entre ellos figuran: cholas, pitucos, ricos, pobres, policías, hampones y prostitutas. Raúl Salmón escenificó el habla cotidiana del pueblo, en sus diálogos relacionados con el hampa. Recreó el lenguaje coba, reflejó en los escenarios tabús morales (sexo, drogas, alcohol, delincuencia).
La ambición de Salmón era imponer el “teatro social” a través de la exposición de denuncias circunscritas a los suburbios pobres de La Paz y su reto era competir con la gran popularidad que brindaba el fútbol. Soñaba que el público se disputara por adquirir una entrada como lo hacían en el Estadio Siles de La Paz. Pasó poco tiempo para que este deseo se hiciera realidad. Las piezas teatrales de Raúl Salmón conmocionaron al público y a la vez produjeron controversias en la opinión pública.
La popularidad de Raúl Salmón fue en ascenso hasta la llegada de la revolución de 1952. Tras la toma de poder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el Teatro Municipal fue cerrado y el dramaturgo boliviano estuvo obligado a exiliarse en Colombia, Venezuela y Perú. En este último país trabajó en las redacciones de Extra y Mundo. Esta etapa de la vida de Salmón fue recreada por el peruano Mario Vargas Llosa en La tía Julia y el escribidor (1977).
En la madurez de su vida, el prolífico Raúl Salmón fue seducido por la política. A pesar que en 1977 ratificó contundentemente: “Temprano me vacuné contra la politiquería y su mugre militante”. El antídoto que hizo vulnerable a Salmón fue el elixir del poder. Ingresó a la arena política como burgomaestre de La Paz (1979-1982 y 1988). Su gestión edil estuvo marcada por un populismo a nivel municipal. Sus dotes en comunicación (Director y propietario de Radio Nueva América desde 1961-1990) fueron ampliamente utilizadas para difundir sus ideas y escuchar sobre todo quejas de cada barrio. Este estilo populista de hacer política de Raúl Salmón fue reflejado con mucha más fuerza y claridad de análisis en la década de los noventa con el neopopulismo, donde irradiaron nuevos actores (el compadre Carlos Palenque y el padrino Max Fernández) y nuevas siglas (CONDEPA y UCS), pero la “fórmula” continuó siendo la misma: un caudillo, un medio de comunicación y un partido político.
El escribidor Raúl Salmón tiene más de una treintena de obras de teatro donde afloraron sus dotes de creador, director y actor. Sin duda alguna fue el forjador del teatro nacional. Durante muchas décadas la personalidad de Salmón estuvo vigente en el ambiente sociocultural. En la actualidad el nombre de Raúl se fue desvaneciendo de la mentalidad colectiva y sus muchos libretos perdieron vigencia e interés por parte de los aficionados al arte, actores y directores de teatro. Sospecho que este destino incongruente no se lo esperaba Raúl Salmón: cerrando su vida y sus escritos con el telón del olvido y la indiferencia.