Aunque la decisión mayoritaria del electorado británico de abandonar la Unión Europea (Brexit) no puede ser calificada como sorpresiva, pues muchos sondeos de opinión preveían esa posibilidad, la confirmación de los datos oficiales según los que el “Leave” se impuso por 51.9% de los votos al “Remain”, que solo alcanzó el 48.1% de las adhesiones, ha desencadenado en todo el mundo una ola de estupor y miedo cuya magnitud ha superado incluso a las más pesimistas previsiones.
El mundo de las finanzas ha sido, como era muy previsible, el que más severamente ha sufrido los efectos inmediatos de la decisión británica. “Pánico” ha sido la palabra más empleada para describir la situación y de nada han servido los esfuerzos hechos por los líderes políticos para llevar algo de calma a los mercados bursátiles. Lejos de ello, las bolsas de todo el mundo han cerrado el pasado viernes con una tendencia que ha sido calificada por muchos analistas como una de las peores de la historia por la simultaneidad como se ha producido en todos los mercados del planeta.
Menos inmediatos tal vez, pero no por eso menos importantes y alarmantes, son los previsibles efectos políticos. Se da por descontado, por ejemplo, que el triunfo del No británico a la Unión Europea, tendrá efectos multiplicadores muy favorables a los partidos de la extrema derecha europea, los que también se atrincheran tras posiciones nacionalistas y propugnan el retiro de sus respectivos países.
Una pequeña muestra de lo que eso puede llegar a significar en el futuro inmediato la han dado los principales líderes de los partidos de la ultraderecha europea que han festejado como si el triunfo del antieuropeísmo británico fuera el suyo propio. Tan inmediato ha sido el efecto que en Francia y Holanda ya se han iniciado las campañas para convocar a un referéndum con la misma pregunta y se da por sentado que durante los próximos días algo similar ocurra en otros países europeos.
También se teme que el proceso desintegrador se extienda a escala más pequeña como una plaga contagiosa, comenzando por Gran Bretaña. Incluso quienes hasta ayer fueron partidarios del retiro británico de la Unión Europea temen hoy que sus mismos argumentos sean enarbolados por escoceses, irlandeses, galeses y otras naciones aún más pequeñas. Se da por supuesto que a la misma ola separatista se subirán otros movimientos, como el catalán y vasco en España, entre muchos otros que se extienden como una pandemia de nacionalismos y regionalismos a lo largo de toda Europa.
El resultado del referéndum británico, por otra parte, se suma a la multiplicación de condiciones favorables a la expansión de tendencias xenófobas, cuando no francamente racistas, inspiradas en las ideas y creencias más retrógradas, muchas de las que ya se dio por superadas en décadas pasadas.
En medio de tal panorama, hay sin embargo quienes ven con optimismo la situación actual pues consideran que la exacerbación del miedo al futuro tendrá, y no demasiado tarde, un efecto positivo pues obligará a las élites políticas y económicas a rectificar rumbos y a abrir cauces alternativos al descontento y al temor. Es de esperar que así sea.
El resultado del referéndum británico, cuyos efectos multiplicadores recién están comenzando a verse, ha puesto a toda Europa ante un dilema existencial sin precedentes. Es un punto a partir del cual el camino se bifurca