Hoy, en el evangelio de Lucas, capítulo 10,1-12. 17-20, vemos a Jesús enviando a un grupo de hombres voluntarios a trabajar en el anuncio del Reino de Dios. El grupo lo conforman setenta y dos discípulos sin mayor formación doctrinal, pero si vivencial, la cual es la más importante. Jesús envía este grupo de trabajadores a donde luego Él iría. Jesús los anima diciéndoles: “la mies es mucha y los trabajadores son pocos”. También hoy día, Jesús nos puede decir lo mismo, pues los cristianos que quieren trabajar por el Reino de Dios escasean. Estos enviados van a anunciar, en primer lugar, la paz y, en segundo lugar, el Reino de Dios: “el reino de Dios está cerca de ustedes”. Les da el aviso que no han de pasarlo bien, pues estarán como “corderos en medio de lobos”
Los tres evangelistas, llamados sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, narran este pasaje del envío de Jesús a setenta y dos discípulos. Lucas habla del envío de los doce apóstoles y de los setenta y dos discípulos. Este evangelio podríamos decir que tiene como dos partes bien claras: a) instrucciones de Jesús a los setenta y dos para la urgente misión que han de realizar; b) el regreso alegre de los discípulos que han comprobado la eficacia de la misión hecha en nombre de Cristo.
El contenido del mensaje que este grupo de misioneros lleva es el anuncio del Reino de Dios que ha sido inaugurado por Cristo. Las consecuencias del anuncio y de su acogida es la paz. Paz que la otorga Dios a través de su enviado, Cristo, el Hijo de Dios. Pero la paz no es la mera ausencia de guerra, si no la síntesis de todas las bendiciones y bienes mesiánicos que anunciaron los profetas, como nos dice Isaías en la primera lectura (66,10- 14).
Cristo se ha hecho ayudar en la ardua tarea de anunciar el Reino de Dios por medio de aquel grupo de los setenta y dos discípulos, aunque pudiera haberlo hecho sólo con su poder todopoderoso. También hoy hace lo mismo. Él quiere tomarnos como instrumentos de su paz, a pesar de nuestras limitaciones y pecados. Por nuestro intermedio el Señor quiere obrar maravillas insospechadas con nuestra respuesta generosa. Somos como un pincel en manos del pintor. Convenzámonos que lo que damos, nos lo ha dado el mismo Jesús. Para llegar a esta convicción, necesitamos dejarnos llevar por la fe en Cristo.
El papa Francisco está llamado constantemente a trabajar en la Iglesia, a ser miembros activos. Nos ha hablado de la cultura de la “indiferencia” y de la “irresponsabilidad”, en todos los aspectos de la vida. Quiere cristianos activos y no pasivos. Es la doctrina del Concilio Vaticano II que nos enseña: “el apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación” (L.G.). El laico no es el “brazo derecho” del sacerdote, sino del mismo Cristo. “El deber y el derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza” (A. A. 3).
Estamos viviendo el fenómeno de la increencia que pide una urgente evangelización. El papa san Juan Pablo II, en 1992, hizo un llamado clamoroso a trabajar en una “nueva evangelización” y en la asamblea de Aparecida, en la que tan maravillosamente actuó el papa Francisco, en 2007, declaró la necesidad de llevar el evangelio a todas partes, también a los alejados de la Iglesia y de los indiferentes o cristianos pasivos. A esta misión se le dio el nombre de Misión Continental o Permanente. El agnosticismo y el desengaño religioso, el pragmatismo vital e incluso el rechazo positivo de Dios como rival del hombre que campean por todas partes, está pidiendo el esfuerzo de los cristianos para presentar la verdadera imagen del Dios que es amor misericordioso.
La evangelización no es un monopolio de la jerarquía o de algún grupo cristiano, sino que pertenece a todos los miembros del pueblo de Dios .Todos los cristianos están llamados a ofrecer a Dios al mundo. Todos los bautizados formamos la Iglesia y, ésta nació para llevar la Buena Noticia al mundo. Él llamado del Papa nos pide trabajar en la Iglesia y en el mundo. Es hora que nos asociemos al grupo de los trabajadores por el Reino de Dios. Cambiemos de una vez y no digamos que no podemos o no somos capaces de hacerlo. Si oímos la voz del Señor en nuestro corazón, sentiremos en él, una llamada suave y dulce que nos impele a ser testigos de Cristo, pues como dice el apóstol Pablo, “el amor de Cristo nos urge”.