Entre las muchas fechas que a lo largo del año van marcando el calendario cívico nacional, probablemente el 2 de agosto sea la que más carga simbólica conlleva, señal inequívoca de las muchas dificultades que hemos tenido para afrontar y resolver la compleja realidad económica, cultural, política y social del área rural de nuestro país.
Una pequeña muestra de lo dicho es lo difícil que ha sido definir con suficiente claridad el rótulo con el que se designa la jornada. En algo más de cinco décadas ha pasado de ser el “Día del Indio”, su denominación original, al “Día de la Revolución Agraria y Productiva”, que es la actual. Entre una y otra, el 2 de Agosto fue “Día del Campesino”, “Día de la Reforma Agraria”, “Día de la Dignidad”, “Día de los Pueblos Originarios”, entre otros. El más reciente cambio es el que ha añadido el término “Productiva” a “Revolución Agraria”.
No es casual esa especie de “crisis de identidad” que ha acompañado a esta fecha desde que durante el gobierno dictatorial de Germán Busch se la adoptara como una primera señal de acercamiento estatal hacia las masas de indígenas y campesinos del altiplano y los valles de nuestro país en 1937. Es, por el contrario, una de las más elocuentes expresiones de lo difícil que ha sido –y todavía es– conciliar las diversas visiones sobre el tema.
En lo que a los últimos años se refiere, es fácil constatar que la manera de conmemorar el 2 de agosto es un buen indicador del ritmo y dirección con que ha ido cambiando el lugar que desde el Estado central se le asigna a la población rural del país. Se ha optado por agregar el término “productiva”, desechando ya casi por completo el tono lastimero de los años anteriores. Y aunque todavía se han podido percibir en los discursos oficiales algunos resabios del tradicional tono paternalista y condescendiente, lo importante es que el énfasis puesto en la racionalidad económica equivale a toda una declaración de principios.
Las cifras son en ese aspecto más elocuentes que las palabras. El proceso de titularización de tierras, por ejemplo, ha avanzado durante los últimos años más que durante los 50 años posteriores a la reforma agraria de 1952. La mecanización del agro, lo que se refleja en la adopción a gran escala de nuevas tecnologías en las faenas agrícolas, la creación y consolidación de servicios financieros o las inversiones hechas en infraestructura vial, de riego y la participación protagónica de jóvenes generaciones que comienzan a asumir el reto de la productividad agraria con mentalidad empresarial, son sin duda algunos de los resultados el proceso al que nos referimos.
Como se puede constatar, entre el “Día del Indio” del 2 de agosto de 1937 y el “Día de la Revolución Agraria y Productiva” hay casi 80 años de un proceso histórico en el que fueron tantas las rupturas como las continuidades. Esos cambios son los que con más nitidez reflejan lo mucho que durante esas ocho décadas ha cambiado nuestro país. Y aunque también muestran lo mucho que todavía falta por hacer, tienen la virtud de poner en perspectiva un balance que, a pesar de los errores y dificultades, es sin duda positivo.
La manera como ha ido evolucionando la manera de conmemorar el 2 de agosto es una síntesis de lo difícil que ha sido –y todavía es– conciliar las diferentes visiones sobre la realidad agraria de nuestro país