De acuerdo con el Índice Global de Competitividad, elaborado por el Foro Económico Mundial, Venezuela y Bolivia encabezan la lista de los países más corruptos del mundo, de un total de 138 naciones estudiadas; es decir, nuestro país lograría una oprobiosa medalla de plata…en corrupción universal, estamos en el podio!!!.
Pues bien, más allá de echarle la culpa al árbitro –en el caso, a quien elaboró el informe- que es la reacción acostumbrada del stablishment masista cuando es sorprendido in fraganti en sus non sanctas actividades e incluso, del sonado absurdo en que incurrió un alto cargo de la gobernación chuquisaqueña que aunque le parezca increíble, espetó que esos datos mostraban que Bolivia era más bien un referente en el tema (seguramente, por lo mal que estamos…) y que la prueba de ello era el alto índice de detenidos por tales delitos, cabe, ahora en serio, indagar(nos): ¿Le extraña que ambos países del supuesto socialismo del S. XXI estén punteando el ranking de los más corruptos en el mundo?
Sostengo que no, sino más bien afirmo que el ranking comprueba simple y llanamente la famosísima sentencia de ACTON en sentido que: “El poder corrompe y el poder absoluto, corrompe absolutamente”.
Me explico: ambos países que usufructúan la franquicia del socialismo del S. XXI están caracterizados por varios de estos elementos comunes: el absoluto control de los órganos de poder (Judicial, Legislativo, Electoral), con la emergente desinstitucionalización de, entre otros, todos los organismos creados para ponerle límites al poder partidario –Tribunales, Fiscalía, Contraloría, Defensoría del Pueblo- y el desmantelamiento de todos los procesos de licitación pública que permitían intentar no sólo obtener los mejores resultados posibles de las contrataciones con nuestros dineros públicos, sino buscaban una legítima competencia entre los proponentes interesados de forma que se elija la mejor propuesta para el estado y no para el partido y sus cumpas, además de la sistemática represión de la prensa libre y el pensamiento disidente, dado que entre otras, puede poner en descubierto la mala administración pública. En suma, el delirante anhelo de controlar absolutamente todos los espacios públicos e incluso privados, para ponerlos al servicio del caudillo, líder, jefazo o similar, cuya voluntad queda situada por encima de absolutamente todo, incluyendo las leyes.
Se trata de regímenes no sujetos al imperio de la ley, sino sometidos a la voluntad y capricho prácticamente omnímodos del que manda, incluyendo a servidores –no públicos- sino del jefazo que, en lugar de cumplir con eficiencia sus funciones en servicio de la población, se dedican a defenderle la bragueta, escribirle poemas, libritos, himnos y, a defender y tratar de justificar todo lo que se le ocurre hablar, incluyendo monumentales dislates, con tal de seguirle cayendo bien al jefazo y a su corte. Tal desempeño, no podría producir otra cosa que, tan vergonzoso segundo lugar universal.
Nuestra plateada ubicación, más allá de los reparos que se puedan tener sobre la metodología usada que se basa regularmente en percepciones –puesto que la corrupción no otorga facturas- muestran el fracaso que ese tipo de regímenes totalitarios exhiben en la administración de los recursos públicos, usados no en beneficio del pueblo del que tanto cacarean en sus discursos, sino en beneficio de élites gobernantes, atornilladas al poder y atormentadas en reproducirlo a como dé lugar, entre otras causas, precisamente para evitar ser descubiertos y juzgados por esos sus actos. Pese a todo, cabra considerar con Coca Suarez Arana, que: “El poder podrá ser absoluto, pero nunca eterno”.