Me acordé del sujeto que va a un velorio, encuentra a un amigo que le increpa pagar los cien pesos que le había prestado hace tiempo, solo para que el mal pagador responda que hacía semanas los había mandado con un amigo común. “¿Quién?”, preguntó el damnificado. El otro apuntó con la boca al difunto. Señala el presente mareo sobre el accidente del avión que trasladaba un equipo brasileño de fútbol, periodistas y pasajeros bolivianos a Colombia, donde se estrelló. Detalles culposos del vuelo apuntan al piloto. ¿Acaso no hay muerto malo ni novia fea?, me dije.
El accidente del Chapecoense es la comidilla de moda. Encallé en un canal argentino y la charla santurrona (había una que arruinó el maquillaje con un lagrimón o dos) sobre el niño-ángel que guiara a rescatistas. Después me enteré que no era ningún espíritu celestial, sino un mozalbete de carne y hueso, igual de heroico al llegar primero al desparramo trágico, quizá por agilidad propia de sus años; ojalá no debido a la panza de los rescatistas si se asemejaban a milicos y pacos bolivianos de alto grado.
La noticia trascendió el amarillismo cuando se filtraron detallitos. Conjeturo que el nombre de la aerolínea –LaMia– quizá se originó en bautizar “la mía”, en reacción a poderosos a los que no tembló la mano para basurear a la línea bandera nacional, la más antigua sudamericana. Fue rectificada la inicial negación del Presidente Evo (que tiene más negaciones que Pedro a Jesús), de conocer al socio del piloto accidentado. Resulta que había sido su piloto. Pensé en “llunquerío” del piloto al jefazo, generador de “muñeca”. ¿Existió tráfico de influencias en su creación por un piloto que lo había sido del Presidente? Cuestión insulsa, cual ponderar el poder de la entrepierna femenina en el entrevero del Evo y la Zapata.
¿Que LaMia no tramitó su matrícula ante la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC)? Para qué, si dicen que el hijo del Gerente, socio y ex piloto del Presidente era uno de sus mandamases. El mismísimo Presidente pudo ver los aviones, siendo informado que eran venezolanos. Ya sabe la Fuerza Aérea Chilena, ni tiene que sacar fotos aéreas o aproximaciones con el Google Earth de la base aérea: solo tiene que enviar un avión viejo y decir que lo envió Diosdado Cabello para mantenimiento. De repente hasta la BOA se lo compra, dedito del jefazo de por medio.
Para peor, el comandante general de la Fuerza Aérea Boliviana declaró que desde 2014 no se realizaron revisiones y ajustes técnicos a la aeronave de LaMia. Detalle truculento fue que acotara que la aerolínea tiene “cuentas que saldar. En septiembre le pedimos a LaMia que retiren sus aviones, pero hicieron caso omiso y como consecuencia le iniciamos un juicio para que nos paguen”.
Dicen que agotaron combustible. Cómo no, si habían declarado y logrado autorización para el viaje Cobija-Medellín. Decolaron de Viru Viru en Santa Cruz de la Sierra, casi mil kilómetros más lejos. La torre de control debe haber presumido que tenía puntos alternos de aterrizaje y los 30 minutos adicionales de vuelo, de rigor en estos casos. ¿Importa ahora que el Gobierno boliviano cambie a directivos de la DGAC y de Aasana por la tragedia? Muerto el burro, tranca al corral: ¿revivirán los difuntos con el retiro del permiso de volar a LaMia?
La desventura se vuelve tragicomedia con rumores virales en las redes sociales. La politiquería se llevará la palma una vez que se aclare la turbiedad de las aguas, con la investigación imparcial y las cajas negras del avión siniestrado. Vaticino que todo se tapujará con declaraciones en que un oficialista Sancho echará la culpa al opositor Martín y viceversa. Como en la presente segunda guerra del agua, que recién pinchó un nervio gubernamental al afectar a La Paz y a los alteños.