La Celac, el fin de una ilusión

EDITORIAL 27/01/2017
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La manera anodina como en días pasados se ha llevado a cabo la V cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), lo que tuvo un fiel reflejo en la indiferencia con que ese encuentro fue soslayado de la agenda informativa internacional, ha terminado de despejar cualquier duda, por si aún hubiera quedado alguna, sobre la crisis terminal en que están sumidos los muchos proyectos de integración regional que han ido acumulando sus fracasos durante las últimas décadas.

Ha sido tan irrelevante la reunión de la Celac que hasta el rótulo de “cumbre” le ha quedado demasiado grande. Así lo indica el hecho de que sólo 11 de sus 33 países miembros hayan enviado a sus primeros mandatarios, mientras que los 28 restantes dieron por suficiente delegar su representación a funcionarios de segundo e incluso tercer nivel en gran parte de los casos.

Al aspecto cuantitativo de ese dato se agrega la dimensión cualitativa pues los pocos presidentes que se hicieron presentes en la sede del encuentro son los que integran la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), (Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua), además del anfitrión, el de República Dominicana, El Salvador, Dominica, Haití, Guyana y Jamaica.

La opacidad del encuentro resultó además multiplicada, por contraste, porque mientras los participantes intercambiaban discursos tan ampulosos como manidos, el nuevo presidente estadounidense, Donald Trump, asestaba un brutal golpe a México, y a través de él a toda Centroamérica y Latinoamérica en general, al anunciar la "construcción inmediata" de un muro al sur de su frontera. Y a pesar de la enormidad de lo que eso significa, la Celac no atinó a nada más que condenar la "criminalización de la migración irregular" y evitó cualquier pronunciamiento contra el muro.

La síntesis de tan elocuente obsecuencia quedó plasmada en la llamada “Declaración Política de Punta Cana”, en la que perdido entre sus 70 “declaraciones especiales” y “planes de acción”, se incluyó un tímido rechazo "al racismo y la xenofobia" y un pedido para reconocer las "contribuciones de los migrantes en los países de origen y destino".

Tan, o incluso más elocuente que las presencias y la vacuidad de los discursos, fue la manera unánime como los países de mayor peso económico y político en Latinoamérica hicieron notar su indiferencia. Países como Brasil y Argentina, que hace no mucho figuraban entre los principales impulsores de éste y otros organismos burocráticos internacionales, brillaron por su ausencia. México, Colombia, Chile y Perú, países que tienen sus miradas puestas en proyectos más serios, apenas enviaron a funcionarios de tercer nivel jerárquico y ni se molestaron en propugnar alguna declaración que se identifique con las preocupaciones que les ocasiona la arremetida de Donald Trump contra el libre comercio.

Siendo así de clara la realidad, no tiene sentido que los países latinoamericanos, entre ellos el nuestro, perseveren en el vano afán de dar vida artificial a organismos tan inútiles como costosos. Más aún si han quedado atrás los tiempos en los que la bonanza se prestaba para el derroche económico y verbal.

Como se ha podido ver en la V “Cumbre” de la Celac, no tiene sentido que los países latinoamericanos, entre ellos el nuestro, perseveren en el vano afán de dar vida artificial a organismos tan inútiles como costosos

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