Se me vino a la mente “América para los americanos” con la asunción a la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump y su atropelladora actitud hacia los migrantes, en especial, en un país de por sí construido por inmigrantes. La frase resumía la llamada Doctrina Monroe, que al inicio pretendía rayar una geopolítica ante los países europeos, entonces en su borrachera colonialista decimonónica, que advirtiese de no poner sus garras en el Nuevo Mundo.
Mantengo que EE.UU se debate entre dos líneas ideológicas. Una evangelista derivada de su origen de peregrinos expulsados de Europa por sus creencias religiosas; la otra capitalista, que en su afán por el lucro deriva en formas peculiares de colonialismo, racismo y ahora, injerencia en asuntos de otros países. Bastó que Estados Unidos se cebase en los frutos de lo segundo, para esfumar el idealismo de la tradición evangélica.
La Doctrina Monroe no impidió que se abrieran colonias. Más aún, la violación inicial de la Doctrina Monroe ocurrió en 1831: un navío de la Armada estadounidense ocupó las islas Malvinas, redujo a la autoridad argentina, saqueó las dependencias oficiales y las casas de particulares. Dos años más tarde llegaron, y se quedaron, los ingleses.
Quizá el tigre ya estaba cebado cuando Texas y más de la mitad del territorio mexicano fueran sangrados a título del “Destino Manifiesto”. Poco importó que barcos franceses bloquearan puertos argentinos entre 1838 y 1850, que los españoles ocuparan la República Dominicana entre 1861 y 1865: los sudamericanos unidos impidieron que España recuperase colonias en Perú, Chile, Bolivia y Ecuador en 1865. Un vapuleado México fue invadido por los franceses; Inglaterra ocupó la Mosquitia nicaragüense y Venezuela sufrió el bloqueo naval de ingleses, alemanes e italianos en 1902. Poco importó a Estados Unidos, quizá porque al fin de siglo 19 estaban ahítos de quitar, entre otras cosas, las Filipinas, Puerto Rico (y la bahía de Guantánamo a Cuba) a la vieja España. La Guerra de las Malvinas en 1982, donde los EE.UU dieron ayuda al gobierno de la Thatcher, evidenció que la Doctrina Monroe discriminaba cuando le convenía.
¿Qué tiene que ver esto con Donald Trump? Primero, me choca que el “americano” solo se refiera a EE.UU: tal vez sea tiempo de cambiarnos de apelativo (por favor que no sea “Abya Yala” cuyo origen indígena se refiere a un solo grupo étnico). Más aún, hoy que los mexicanos, y por ende todos los hispanoamericanos, son agredidos es campanazo de que la desunión ayuda a los intereses de Estados Unidos (y a su bedel brasileño).
Hay un elemento más. EE.UU y Bolivia tienen como denominador común el populismo de sus mandamases, aunque en el primero sus instituciones son fuertes y resisten la injerencia politiquera. En momentos en que el nuevo mandatario estadounidense opta por una posición aislacionista, quizá sea una oportunidad de resolver viejos pleitos latinoamericanos y aunar esfuerzos comunes en disminuir, sino anular, plagas como el narcotráfico.
Una bandera que agruparía a todos nuestros países es el buen gobierno y la lucha contra la corrupción. Si los populismos de gobiernos de ideologías obsoletas se aplazaron por corruptos en extremos risibles, es hora de reencaminar los esfuerzos nacionales hacia problemas comunes como la salud, la educación y la vertebración del continente.
Además, me adhiero a la visión integral del General retirado John Kelly, a estas alturas quizá Secretario de Estado de Seguridad Nacional de Trump: “la seguridad de la frontera (estadounidense) se inicia 2.400 kilómetros al sur del río Grande, en las selvas de Latinoamérica”. No es cosa de un muro, ni de drones, túneles y guardias fronterizos.