La universidad y el patrimonio arquitectónico

15/02/2017
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Es triste, pero es cierto: la Universidad destruye el patrimonio arquitectónico y no respeta ninguna norma.

¿Quién no le debe algo a la Universidad? Le debe el país, le debe parte del continente, le debe nuestra ilustre ciudad y le debemos todos los que amamos la libertad, los que hemos pasado por sus aulas, los que nos damos cuenta de la influencia que tiene su actividad en toda la región.

Hace años, el tema de discusión era si convenía más crear un campus universitario similar al de otras ciudades, especialmente del exterior, o si convertíamos toda la ciudad en “ciudad universitaria”, opción que felizmente triunfó, pero…

En esta columna y en varias oportunidades, se ha destacado el mérito de quienes se ocuparon de restaurar viejas casonas y habilitarlas en servicio de los estudiantes, como lo hizo la Universidad. También lo ha hecho la empresa privada, en forma especial, el sector bancario, lo que ha permitido mejorar significativamente el centro urbano. Sin embargo, las nuevas construcciones universitarias, quizá con alguna excepción, han empañado las diferentes gestiones que continúan atentando contra el patrimonio urbanístico de esta todavía joya patrimonial.

Si alguien debería cuidar celosamente nuestro patrimonio arquitectónico y dar buen ejemplo es, sin duda, la Universidad de San Francisco Xavier, formadora de profesionales en diferentes carreras. Tiene Facultad de Derecho que enseña leyes y normas y la necesidad de acatarlas y cumplirlas; tiene Facultad de Arquitectura, donde se supone que se enseña la historia de nuestro patrimonio urbano. Sin embargo, no se practica lo que se predica pues, según informaciones de las actuales y anteriores autoridades del PRAHS, nunca lo hicieron. Es más, jamás hicieron aprobar sus proyectos y procedieron como si Sucre fuera la finca de las autoridades universitarias.

En efecto, empezaron las construcciones fuera del centro histórico, abusaron del ladrillo visto aunque terminado en los trabajos de obra fina. No era el estilo de Sucre, ni se mantuvo la tradición de ciudad blanca. Por otra parte, se afectó el paisaje de los techos poniendo calamina a sus coliseos y afeando la imagen de los tejados coloniales.

Pero lo preocupante ahora es el edificio del Instituto Experimental de Biología, ubicado en la calle Dalence a dos cuadras y media de la Plaza principal, cuyo letrero de identificación de obra tiene una fotografía seguramente de maqueta en la que insinúa que será de color blanco, aunque de estilo moderno. No tengo nada contra el modernismo, ni contra la creatividad de los arquitectos, pero todo tiene su lugar. El edificio que quedará cubierto por el actual ya era una aberración. En el interior existe una construcción que no respeta altura, que afectó a todo un manzano y que para rematar, termina con una cubierta de media agua dejando a la vista un enorme muro de ladrillo, sin acabado. Asimismo, tiene otro que colinda con el Arzobispado, también sin acabar, que opaca la belleza del patio colonial del Palacio Consistorial. Que agradezcan que el sereno y pacífico arzobispo, presidente honorario del Comité, no les haya armado un escándalo de padre y señor mío.

Cuando se creía que el nuevo cubriría la fealdad del anterior, nos encontramos con una mole todavía en obra gruesa, que no tiene aprobación de nadie. Por tanto, es una obra clandestina, pero ¿quién le pone el cascabel al gato?

Ojalá se interprete esta nota con la misma intención con la que está escrita. Se necesita una reacción y cuánto antes. La Universidad debe recuperar su nivel y sumar a su historia hechos positivos, cumpliendo también el importante rol de velar por la conservación del patrimonio arquitectónico, histórico y cultural.

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