Adanes fallados

CIENCIA CUÉNTICA 15/02/2017
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Aquél, el de la Biblia, recibió de Dios la facultad de nombrar las cosas. En la mitología andina, el zorro recibe la misma responsabilidad, sólo que este bichito tan peculiar nombra las cosas equivocadamente, a propósito. Se dice que desde entonces las cosas y los seres andan en búsqueda de su verdadera identidad.

Los procesos de bautismos y rebautismos no han cesado desde la peculiar creatividad de las divinidades y de los humanos, harto envidiosos de la inmortalidad. Algunos han concebido que nombrando y renombrando adquirirán el talento de creadores. Nuestro Estado ha estado en un recuento y descuento de nombres, olvidos, imposiciones, sueños, decretos, sanciones, miedos y esperanzas. Aquél, por Dios, dijo y creó; nosotros, humanos podemos desear lo mejor y no necesariamente crear ni actuar en consecuencia. Supongo que la mayor rabia y frustración de quien nombra y quiere imponer su voluntad es que las palabras por sí solas no crean ni actúan; excepto los insultos adjetivados. Las palabras son muy desobedientes por más buenas intenciones que ellas carguen.

La tentación de Adán, mejor, la del zorro, más andino ¿y ladino? puede seguir actuando en nuestra realidad. ¡Tantos buenos propósitos se quedan sólo en eso! El proceso de cambio sin el hábito de cambio es sólo eso, un enunciado, un asunto nombrado como buen intento. La descolonización tiene sus peculiares desentuertos: más canchas de fútbol para un deporte más que colonizador, mientras las aguas se nos escapan por conductos no previstos; otras ideologías de conquista por el desecho de otras que también lo fueron. Una economía de mercado, neoliberal con el engaño de una comunitaria, socialismo andino llaman a esto. ¡Tanta buena voluntad sin que los enunciados hayan, realmente, transformado la realidad! Los simples deseos no se convierten en acciones, ni actúan el milagro de la transformación. Hablar y hacer deberían ser coherencias no esquizofrenias.

El bautismo es efectivo cuando la intención se hace acto y acción, y la identidad bíblica coincide con la acción. Dios deseó y se hizo, y alabó su obra, la bendijo. Algunos dicen, bendicen su obra y los infiernos siguen vigentes, intocados, aumentados por las revoluciones que no llegan a ser del todo, por la justicia tan tierna de los papeles que no le llega a todos, ni se practica del todo y selecciona a sus usuarios.

Adán sigue siendo fallido y el zorro sigue nombrando las cosas con hierro yerro, aunque en sus intenciones, en su boca abunden los buenos propósitos. La identidad verdadera, la dignidad de los más sigue siendo sustraída por aquellos que dicen representarla y desear y hablar por ellos. La humanidad sigue fallando y creyendo que el simple deseo, la simple promulgación, automáticamente, pueden obrar el milagro de la transformación, la revolución, el cambio. Cuando esto sucede sólo se entroniza al caudillo con tentaciones divinas y las huestes más próximas gozan, engrandecen y se aprovechan del halo por ellos mismos creado. Al oficio de Adán le conviene alguien que siga nombrando el paraíso ausente.

Volverán otros que deseen el papel de Adán o la astucia del zorro. Es penoso que los turnos para el infierno sigan en listas de espera y no en los afanes de identidades certeras que pudieran beneficiar a todos y hacer llevadera la vida sin importar la ideología, la región, el género, la religión ni el origen cultural ni social. Que el zorro no siga nombrando equivocadamente, ni Adán siga refugiando su error, avergonzado de su desnudez.

Lo que merecemos es un cambio de actitud y el hábito de lo que proclamamos como certero cambio y/o revolución. De Adán y del zorro sabemos su oficio y entendemos la acción de la mentira. La sola palabra sin su consecuente acción es sólo un buen deseo, harto acomodaticio y alienante. Entre tanto la identidad seguirá extraviada por adanes y zorros fallidos.

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