Monroy Chazarreta capturó en su metafísica popular la perspicacia “contradictoria”, hasta irónicamente diseñada manera del pensamiento popular, expresada en frases precisas, desconcertantes, iterativas.
Existen frases, no tan tautológicas, que concentran sentidos y precisan enormemente los sentidos y las significaciones, a pesar de ser tropos, ellos, por su definición suelen llenar y reemplazar sentidos carentes. Estas frases o simples palabras pertenecen a la creación anónima, de la calle, del círculo, del grupo, de pandillas, de sectores sociales o de gethos. Lo fabuloso de estas expresiones es que son capaces de aunar y tienen la efectividad de contagiar y de ser usadas con precisión, contexto y adecuación por los círculos y generaciones que las usan. Estos dichos, además crean identidad, cohesión y son bastante locales y culturales y son tomados de la vida diaria, de los idiomas ajenos, nativos o extranjeros, son sentidos de apropiación, dinámicos y altamente sugerentes y cargados de contenidos y de precisión.
Ahora quiero referirme a dos de estas expresiones, chala, más actual y sunch’u luminaria, ya olvidada. Chala, del quechua chhalla (rastrojo de maíz, por alargue, liviano) –también se aplica soq’a, la envoltura del choclo–. En Chuquisaca se aplica al estado de las cosas y las actitudes, a las que llaman la atención y gustan y son chévere –otra expresión similar de origen caribeño, hecho internacional–. No se aplica a la característica moral de las personas, no se puede decir “mi amiga es chala”, pero sí se puede decir “el celular de mi amiga es chala”. En Santa Cruz la expresión chalinga se refiere a algo más liviano, fácil, ligero para sobre llevar, agradable. El origen de la palabra es también quechua.
En ambos casos, lo liviano del rastrojo o la envoltura seca del choclo sugieren lo agradable y lo liviano, lo llevadero y lo atractivo. En otros círculos, la expresión podrá traducirse al más gringo cool, el mexicanísimo chido, la caribeñísima chévere o el desusado macanudo, que también se refería a la facha de las personas.
La otra expresión, sunch’u luminaria, en tiempos casi pasados, se refería a las personas que tenían sus cinco minutos de fama y se extinguían inmediatamente, se refería a los impetuosos que se gastan sin haber empezado sus sueños ni persistido en sus empeños. Estas son personas a las que parece sobrarles el empeño y carecerles la acción, al apagarse con prematura rimbombancia. El sunch’u es un arbusto que, seco, arde con avidez y coraje, pero dura en sus llamas un suspiro. Ilumina y calienta sólo por un instante y desaparece al convertirse en cenizas. El sunch’u no es una fuente de energía ni de calor preferido ni extensamente usado, excepto en San Juan, cuando hay que quemar los rastrojos, la mala hierba. Una expresión casi paralela sería p’aqpaku –hablador, cuello–, aunque el hablador es más sólo eso, palabra sin acción, el sunch’u luminaria es el inconsistente, al que le puede caber algo de acción. La ráfaga de estas personas parece prometer mucho, pero se agota tan pronto empieza a arder.
Me atuve a estas dos expresiones por sus usos inspirados del quechua y usados para otros contextos, con otros sentidos, identidades y cohesiones. Expresiones como estas abundan y son ricas en creación, cohesión y sentidos. Son pensamientos sumamente breves y ricos.
La dinámica del lenguaje, el re-uso y reciclaje de sus sentidos y la recreación de ellos hacen de las dinámicas mentales y colectivas, constantes, creadoras, comunicativas, colectivas. Mediante estas creaciones y recreaciones, las culturas fluyen, no se recelan. Los sentidos plenos son comunes, menos hechuras de mentes nombradas y con famas. Los idiomas dialogan y conviven sin mucho trauma. La creatividad y picardía populares pueden hablar y crear más que un inteligente o intelectual consagrado, profesional de los sentidos, quién a menudo, se olvida de lo popular por creer que su oficio consiste en no escuchar las voces de la calle ni en percibir su cohesión creativa y perspicaz. La filosofía de la calle no sólo es p’aqpaka –habladora, mecachifle, vana o cuella–, lo es sabia y enormemente más eficaz.
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