Pasado, presente y futuro de la polución ambiental

BARLAMENTOS 28/04/2017
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Un sopapo a la hipocresía ciudadana fue el Día de la Madre Tierra, el 22 de Abril. Pusieron lado a lado fotos de millares de llantas descartadas y la inmensa quemazón de humo negro que aún no buscó, y menos halló, culpables. Aunque Bolivia es una cornucopia mundial de flora y fauna, el enemigo de tal acervo es el ser humano y los bolivianos no somos excepción. Aunque mal de muchos sea consuelo de tontos, los abusos a la Madre Tierra abundan en el mundo. De arranque, es etnocentrismo que la primavera boreal sea la norma mundial. Acá en nuestro Sur es otoño.

Recuerdo el clásico de 1962 Silent Spring (“Primavera silenciosa”), en que Rachel Carson alertaba del peligro de los pesticidas en el medio ambiente. Más de 20 años más tarde, en 1984, de poco sirvió a la Union Carbide, una transnacional estadounidense, para evitar el mayor desastre en Bhopal, India, debido a una fuga de gas venenoso. Casi 20.000 muertos a lo largo de los años y más de 500 mil afectados.

¿Alguien cobra a Monsanto, gigante de la biotecnología, sus “aportes” a la salud del planeta? Tiene en su haber la sacarina, un edulcorante vendido como reemplazo del azúcar a la Coca Cola y a plantas de alimentos en lata. Se deriva del “alquitrán sin valor alimenticio alguno y extremadamente dañino a la salud” dice la Food and Drug Administration (FDA); para qué hablar del “agente naranja”, un herbicida y defoliante usado en la Guerra de Vietnam; ¡cuidado de leche gringa!, proviene de vacas inyectadas de hormonas de crecimiento; ¡cuidado adeptos a parrilladas!, tales hormonas también se dan al ganado; ¡cuidado con cultivos de semillas transgénicas!; Monsanto también produce el plástico polietileno, también conocido como “styrofoam”, desde los años 40 y es derivado del petróleo.

Apuesto a que la mayoría se equivocará si le preguntan cuántos continentes hay en la Tierra. Hay uno de residuos de envases y botellas plásticas “descartables”, ubicado en la confluencia de corrientes marinas en el Pacífico. Es más grande que el territorio de Bolivia, y crece al ritmo de 200 kilos por segundo y 8 millones de toneladas por año. El plástico no se degrada sino que se rompe en pedacitos que asfixian a los seres vivos. Daña la fuente de la vida misma en el océano al descargar benceno cancerígeno por mil años. Para el año 2050, dicen, habrá más basura plástica que peces.

Dos chispazos y una propuesta.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) sugiere que la alfabetización ambiental y climática es la cura. Me parece tan iluso como evitar matanzas y conflictos entre naciones con blablás de embajadores que más procuran protagonismos fugaces. En nuestro país, se pretende enseñar a la fuerza una lengua nativa, mientras poco cala la alfabetización digital porque no hay maestros que la dominen. ¿Qué pueden esperar de alfabetizar con consciencia medioambiental?

El otro chispazo es el avance tecnológico. Dicen que pensar en ecología es identificar al plástico como enemigo. Pues a unos jóvenes se les ocurrió la idea de “comer el agua” para reducir el plástico. El “Oohjó” es una bolsa biodegradable y comestible para beber líquidos sin envases o botellas plásticas. En efecto, inculcarían alfabetización ecológica si la leche o el “chicolac” son parte de un desayuno escolar en que el mismo recipiente llene el buche, junto a la banana o el palito de quinua. ¿Convencerán a empresas de bebidas, que pelean hoy en función de más cantidad por menos precio?

Propongo un impuesto a los fabricantes, que traspasado a los que generan basura plástica, la haría menos atractiva, o reduciría los flojos a los que ponen un par de panes en bolsa plástica. Paguen al comprar litros de refresco para el almuerzo, o lleven en Oohjó para cada comensal. ¡He dicho!

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