Una fina garúa esquinada cae desde el cielo de Sucre, apenas si moja y con seguridad entusiasma a las miles de personas que cantan en el esperanto de nuestro tiempo, saltando y bailando y besándose y tal vez llorando, esa canción que es una arenga, un himno de guerra, y que es también la confesión desolada y melancólica de la derrota de un discurso regional que sirvió para que foráneos y oportunistas estén sentados en el palco de las autoridades: “Aires de libertad” de Huáscar Aparicio.
El pedido de capitalía plena, lejos de ser una demanda realizable, ha mutilado la posibilidad de que Sucre sea sede del Órgano Electoral y tener la Procuraduría General del Estado, entre otras instituciones ofrecidas por el oficialismo. “El todo o nada se impuso”. Los llamados a negociar (Comité interinstitucional) decidieron ir a la batalla dejándose extraviar en esa multitud aliada y estimulada por el poder narcotizante de un sentimiento que tenemos todos los sucrenses. Muchos fueron escalera de pocos, que lograron apiñarse de cargos en las instituciones públicas.
Y lo mismo ha ocurrido con la fiebre azul del Movimiento al Socialismo. Pocos son los que han permanecido en el área “vip”, en todas las instituciones copadas por el oficialismo y muchos son los que han subsistido entre codazos y pisotones, con la ilusión de que en algún momento la M.A.E. se les acerque y les roce la mano o les diga una palabra de aliento, y por eso han forcejeado y empujado en las marchas de apoyo a las consignas partidarias, han escupido palabras deshonestas, en tanto los privilegiados sólo han impuesto su natural arrogancia en las testeras, mientras los meseros de comunicación les echaban flores y repetían sus nombres como si fueran sus ídolos y ahora que lo pienso de alguna manera lo son.
La gestión oficialista durante los últimos años se erigió sobre pilares de cal y pilares de arena, los verdaderos revolucionarios se convirtieron en títeres pendientes de una cuerda solitaria, la misma que se rompió por la sañuda inconciencia de adulones cuya mediocridad no está puesta en duda. Los que tenían poco llegaron a tener mucho, los que tenían mucho llegaron a tener mucho más y los que pensaron que algún día ascenderían por méritos murieron enterrados con sus raíces.
Cuando ya ha cesado de lloviznar, derramo un par de lágrimas y ninguna más por ninguna razón en particular o por una suma de razones particulares, me alejo del gentío y busco el pasto húmedo del parque Bolívar, y veo con tristeza que todos se bifurcan, las hojas se mecen con el viento, el cielo que surca un avión está a punto de aterrizar en el aeropuerto más amonestado de Bolivia, el mismo del que antes hablaba como un trofeo de guerra y empiezo a caminar y me fundo en un río de gente que serpentea por el pasto húmedo y que todavía canta la arenga, el himno de guerra, o la historia del poder y la gloria del partido más grande de la historia, y la traición y el desprecio y el olvido, y mis hijos me abrazan y me agradecen y me dicen que me quieren, y yo siento que todos caminamos lenta y seguramente no hacia el final del parque, sino al final de nuestras vidas.
Tengo la corazonada de que todo esto está ya escrito por un viento malvado y salvaje y uno es solo un títere jalado por una pita delgada a punto de romperse, tengo el mal presagio de que por alguna razón que no podría explicar yo fui un idiota más que se dejó envanecer por los cantos de sirena y que persistirá en conquistar el poder y una vez en la batalla comprenderá que es preciso ser deshonesto para reinar y ser temido, y ya luego sobrevendrá lo que estaba escrito y hemos cantado llorando esta noche: el oprobio, la soledad, el repudio de los que antes nos aclamaron, y seré yo quien barra las calles que algún día fueron mías, seré yo, decapitado, quien esperará a que San Pedro no llame mi nombre por alguna razón que podría explicar perfectamente, pero ahora ya es tarde y los niños tienen hambre y hay que ir a comer para celebrar el pequeño milagro de que estamos vivos, juntos, mojados y felices, una noche de abril en Sucre.