Han transcurrido cuatro semanas del tiempo pascual, y hoy, iniciamos la quinta semana de este tiempo tan rico en gracia. El domingo pasado escuchábamos a Cristo autoproclamándose el “Buen Pastor” y la “Puerta”. Hoy, nos dice en el evangelio: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. En la segunda lectura tomada de Pedro 2, 4-9, encontramos una afirmación que nos puede llevar a tomar conciencia de lo que somos los cristianos. La comunidad cristiana es un “pueblo sacerdotal, un templo vivo en el Espíritu”. Si viviéramos esta gran verdad nos liberaríamos del mal tan generalizado de la indiferencia. Asumiríamos el ser corresponsables en la tarea y misión de la Iglesia. Cada bautizado está llamado a anunciar a Cristo. El Papa Francisco ha calificado a la indiferencia como el gran pecado de nuestro tiempo. Es necesario hablar menos y trabajar más.
Cristo, el Viviente, sigue siendo el centro de la Pascua. Cristo es la Piedra angular que fue desechada por los judíos. Pero Él es, como dice el apóstol Pedro, “la piedra escogida y preciosa ante Dios. El que cree en Él no quedará defraudado. El evangelio nos motiva a vivir cristianamente en la fe: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Cristo no solo es Vida, sino que es la misma vida. Difícilmente se puede expresar mejor la centralidad de Cristo para nuestra vida. La comunidad cristiana –la Iglesia– que cree en Cristo y se reúne en torno a Él, es “raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios”. Este sacerdocio –mediación– como participación en el único sacerdocio de Cristo, se ejerce en dos direcciones: una hacia Dios, ofreciendo nuestras alabanzas y sacrificios y, otra, hacia nuestros hermanos con el trabajo en el anuncio de Cristo y de su evangelio. El orar con y por los hermanos es una grave obligación de cada cristiano.
Es admirable cómo los apóstoles resolvieron el problema de atención a las viudas no judías, que nos relatan los Hechos de los Apóstoles. Para buscar la solución consultaron a la comunidad. El Vaticano Segundo insta a los pastores para que se dejen ayudar, para que cooperen en la obra común. Es muy importante leer el número 30 de la “Lumen Gentium” y el 37 que nos dicen: “Conforme a la ciencia, la competencia y el prestigio que gocen; los laicos tienen la facultad, más aún, a veces el deber de exponer su parecer acerca de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia”.
En las parroquias y en las diócesis hay diferentes organizaciones que ayudan en la vida de la Iglesia de acuerdo a los carismas. Estos grupos que los conforman el obispo, sacerdotes y laicos están instituidos de manera que colaboren todos los que forman parte de la Iglesia. Todo bautizado es Iglesia. Por ellos todos debiéramos encontrar nuestro lugar de contribuir, a fin de que las diócesis y las parroquias sean comunidades vivas. Esto no quiere decir que sólo pueden ser miembros vivos aquellos que tiene tiempo. Todos podemos rezar diariamente –la oración es la más importante de las colaboraciones– pues para esto, todos tenemos tiempo. En varias ciudades de Sucre y de Bolivia existen grupos de oración. En nuestro ambiente, ¿qué actitud tenemos frente a los diversos problemas o necesidades de nuestra diócesis y parroquias? ¿Somos indiferentes o comprometidos? Son preguntas que nos pueden ayudar a formar parte activa de la Iglesia.