Debo haber conciliado el sueño con la impresión de que el quechua y el aimara están entre 2.500 lenguas en peligro de extinción por el uso de teléfonos inteligentes. Hace poco celebraban el Día Internacional de la Lengua Materna. ¿Para qué? Según la UNESCO, “dos lenguas están extintas (Canichana y Uru)” yo sacaría al Uru y metería al Pacahuara; el Guarasu’we y Toromona ni siquiera están registradas; casi extintas están Baure y Cayubaba; incluso hay una Academia de la Lengua Itonama, según un oriundo de ancestro alemán de esas tierras; del Machayuchai Kallawaya solo recuerdo afables sabios en Urkupiña; del Moré solo identifico al cantante afrocubano Benny Moré, que dudo que lo hablara; confieso mi ignorancia sobre el Maropa. Según Gustavo Maldonado Medina, otras 8 están seriamente en peligro (Araona, Machineri, Mosetén, Movima, Sirionó, Tapieté, Yaminawa y Yuki; en peligro están Bésiro, Cavineño, Chácobo, Esse Ejja, Guarayu, Mojeño-ignaciano, Mojeño-trinitario, Puquina, Tacana, Yuracaré y Zamuco; 5 son vulnerables: Quechua, Aimara, Chimán, Guaraní y Weenhayek.
Mi comentario se debió a que una estrella del “proceso de cambio” del Gobierno fue declarar “oficiales” a 36 lenguas, entre las cuales están las citadas. Quechua es hablado por 8 millones en Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Argentina y Chile; el idioma Aimara despierta a la vida a un millón de los 11 millones de bolivianos que somos. Insertas en la Constitución, algunas deben ser borradas de la misma manera que han tirado a la basura tantas Cartas Magnas, que debieran llamar cartas mañosas. ¡En Bolivia más personas hablan vietnamita que araona!, dicen.
Un lenguaje no se extingue hasta la muerte del último que lo habla. Apuesto doble contra sencillo que nadie conoce el nombre del último hablante boliviano del extinto Pacahuara, una de las 36 lenguas oficiales de Bolivia. Sin embargo, es bueno recordar que “cuando una lengua muere, o lo que los lingüistas prefieren llamar ‘duerme’, no solo se apagan las voces, también muere una cultura, una forma de vida, una manera de ver el mundo”.
La “muerte digital de los idiomas” es dolor de cabeza del lingüista András Kornai, que también es matemático, ojalá que con título legal sin impostura. De 7.000 lenguas del planeta, una verdadera Torre de Babel, unas 2.500 están en antesala de extinción. Cada 14 días muere un idioma, dicen, y en América Latina hay poca esperanza por el Paraujano en Venezuela, el Iquito en Perú, el Aruá en Brasil y el Leco en Bolivia: en cada uno de ellos sus hablantes no superan los cuarenta.
¿Culpables?, el puñal que les corta son los móviles, pero la autora intelectual es la Internet. Solo se salvan las que el científico húngaro llama lenguas “hiperconectadas”: inglés, español, japonés, árabe y portugués; imagino que el Chino Mandarín, entre otras. La influencia del inglés es enorme: “en el mundo online se impone un nuevo lenguaje plagado de tecnicismos informáticos y anglicismos”.
Sin embargo, si las nuevas tecnologías son las culpables de la muerte de los idiomas, también lo son de su resurrección. En efecto, en nuestro país existen leyes que protegen e incentivan el uso de las lenguas “originarias”. Falta la visión de que si el puñal hiere, si calentado al rojo también cauteriza. Porque con la Internet y el acceso a teléfonos inteligentes mejoran los diccionarios y los métodos de aprendizaje de idiomas. Me anoto si algún joven desarrollara un método simple de hablar Esse Ejja o Tacana, lenguas vecinas a mi nativa Riberalta, hoy que es obligatorio dominar una lengua nativa, aun sin que aspire a cargo público alguno. Pero no faltará uno que rehúse soluciones, porque provienen del “imperio”.