El mandato misionero

28/05/2017
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Hoy celebramos la Ascensión del Señor Jesús a los cielos. Esta fiesta comenzó a celebrarse en el siglo cuarto tanto en oriente como en occidente. San Lucas nos dice en el Libro de los Hechos, a los 40 días de la Resurrección, Jesús sube a los cielos. Esta cifra de los 40 días, llevó a la Iglesia a establecer esta celebración, en el mismo jueves de los 40 días. De ahí nació ese dicho castellano: Tres días hay en el año que brillan más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y Ascensión. La Ascensión forma una unidad con la Resurrección. Es como la plenitud y maduración, más aún con el envío del Espíritu Santo en Pentecostés.

La Iglesia se alegra con el triunfo de Cristo. La Pascua de Cristo es nuestra pascua como lo afirma el apóstol Pablo. Por ello, nos alegramos en el triunfo del Señor, nuestra Cabeza. El Catecismo de la Iglesia –todo creyente recurre constantemente al Catecismo– que fuera publicado por san Juan Pablo II en 1992, nos explica el misterio de la Ascensión, “participa en su humanidad en el poder y la autoridad del mismo Dios” (Catecismo 668). Cristo con su Resurrección y Ascensión, se ha constituido en Señor del cosmos y de la historia de la Iglesia. En el Credo afirmamos esta verdad: “Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso”. Celebramos el triunfo de Cristo Jesús que está a la derecha del Padre, en el puesto de honor, constituido Juez y Señor, Mediador universal. Jesús está en los cielos no sólo como Dios, sino también como hombre, con su cuerpo humano pero ahora glorificado en el día de la Resurrección.

El triunfo de Jesús es el inicio del mandato misionero a sus discípulos de entonces y también de ahora, para todos los bautizados. Este mandato sigue vigente. Otra cosa es que le hagamos caso. Los que fueron al monte de la Ascensión escucharon a Jesús y luego se quedaron “mirando al cielo” y dos ángeles anunciaron la vuelta de Jesús: “Volverá de la misma manera que le han visto irse”. Los discípulos bajaron de la montaña y se fueron a orar, hasta que viniera el Espíritu Santo, hecho que se produjo el día de Pentecostés. Bajan porque la tarea va a estar en el “valle”, en el quehacer diario. La Ascensión es el punto de llegada triunfal para Jesús. Pero para la Iglesia, para todo bautizado, es el punto de partida, el comienzo de su caminar misionero. Como Jesús fue el testigo del Padre, así nosotros los bautizados debemos ser testigos de Cristo, el Salvador de toda la humanidad. El que tiene una fe profunda es misionero.

El papa Francisco, tan apreciado por una gran mayoría, es poco obedecido cuando nos convoca a todos los miembros de la Iglesia a ser misioneros, o sea, a anunciar y trabajar en llevar la persona de Jesús al conocimiento de todos. Esta es la misión, la gran tarea, que Jesús nos ha dejado al subir a los cielos. Leemos en el evangelio de Mateo: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos… enséñeles a cumplir todo lo que yo les he enseñado”. Entre la primera venida y la última, corre el tiempo de una Iglesia misionera. Jesús ha prometido estar siempre con nosotros hasta su vuelta. El mandato misionero que hoy nos ha dado a cada discípulo, es continuar la misión liberadora que Cristo inició. Para llevar a cabo esta misión no estamos solos, el Señor está con nosotros. “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”.

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