Es increíble pero cierto, hay una serie de comentarios adversos a la campaña de Sucre, ciudad blanca y lo insólito del caso es que no provienen precisamente de gente ignorante, sino de la que se considera culta y en casos excepcionales, son inclusive funcionarios municipales.
Es cierto que las ciudades se identifican por características especiales, como Nueva York por sus rascacielos, o por monumentos emblemáticos como París por su torre Eiffel, Buenos Aires por su avenida 9 de julio que es la más ancha del mundo, o las islas griegas por la blancura de sus casas que sólo se diferencian por el colorido de sus puertas y ventanas, para citar algunos ejemplos.
Sucre, se ha conocido desde hace más de un siglo por ser la ciudad blanca, característica que de no cuidarla, poco a poco pasará al olvido, lo que ya está ocurriendo. Es cierto que en el período colonial las casas tenían colores fuertes, como Potosí, pero durante la vida republicana las construcciones empezaron a pintarse de blanco, sumándose a los templos y edificios coloniales, lo que le dio el aspecto blanco a toda la ciudad.
Cuando alguien defiende la diversidad de colores se ampara en el respeto a la historia, pero ¿a cuál historia? Nuestra vieja villa empezó con colores, es historia, pero también es historia su posterior tradicional blancura. No faltó quién sostenga que obligar a pintar de blanco las fachadas va contra el derecho de propiedad, lo que quiere decir que una persona por el derecho de ser propietaria pudiera pintar su casa de cualquier color. Siguiendo esa lógica, sobre su terreno, podría también construir un edificio del número de pisos que le venga en gana.
Cada ciudad tiene normas, regulaciones y hasta sus propias leyes y las autoridades tienen la obligación de hacerlas respetar. Lo contrario sería aceptar el caos que, lamentablemente, se está convirtiendo en otra característica de nuestra todavía hermosa ciudad.
Ya es hora de buscar la unidad de criterios, de trabajar juntos para impulsar todo aquello que incentive el turismo, esa actividad que genera riqueza, que vende todo sin entregar nada. Para ello, sin embargo, es necesario mantener lo que atrae, lo que identifica. Es, asimismo, urgente abrir las puertas de nuestra riqueza al mundo, esa riqueza que sigue siendo tal a pesar de que nuestros templos y museos están cerrados y mal conservados y, además, sin la iluminación que embellece la arquitectura y la ciudad toda.
Hace algunos años, a alguien se le ocurrió afirmar que la blancura de las paredes podía ocasionar ceguera. Felizmente los médicos oftalmólogos profesionales de la época se ocuparon de desvirtuar semejante estupidez. Sucre no es, o ya no era, la única ciudad blanca en el mundo y en las otras nadie se volvió ciego.
Hagamos votos para que la campaña tantas veces anunciada por el señor Alcalde se haga realidad de una vez y trabajemos juntos para hacer de Sucre, otra vez la ciudad blanca de América.
“La casita que compré, dice un pintor chapucero, la haré blanquear primero y luego la pintaré. Al revés debes obrar, respondióle un crítico adusto, píntala primero a tu gusto y luego la haces blanquear”.
Sigamos ese consejo de alguien que me lo envió.