Y cada vez que vuelvo a ver aquella película, siempre quedo abstraído y con un nudo en la garganta, un sentimiento inexplicable me lleva una y otra vez a maravillarme con el argumento extraordinario y con esa combinación de ingredientes que parecen parafrasear a la vida, similar a la elaboración de un plato que, por muy sencillo que fuere, siempre tiene un proceso, un duende que hace que sentarse a la mesa y saborearlo te llene de placer y felicidad.
Siempre he creído que “Ratatouille” es una película para pequeños pero con una gran moraleja para grandes. Hay en su argumento una enseñanza profunda pero simple, enamorar a la vida y, con ella, amar las cosas sencillas y los momentos breves pero trascendentales. En Ratatouille, la foto está rodeada por un marco de cosas inverosímiles, desde la presencia de Rémy, una rata que aspira a ser chef, hasta Colette Tatou, una dama con carácter enérgico pero que al final sucumbe ante el ingrediente más importante, el amor.
Antón Ego es un crítico gastronómico con cara de ogro, pero con el corazón de un malvavisco oculto que se derrite cuando saborea el plato más sencillo, pero al mismo tiempo difícil de sazonar, de Rémy.
En cocina, también menos es más y, para los que nos apasiona cocinar, platicando y saboreando un buen vino, las palabras de Antón Ego corroboran el sencillo acto de preparar un plato con la cabeza, las manos, pero sobre todo con el corazón.
(…) “Anoche, experimenté algo nuevo, una extraordinaria cena de una fuente singular e inesperada. Decir sólo que la comida y su creador, han desafiado mis prejuicios sobre la buena cocina, subestimaría la realidad. Me han tocado en lo más profundo. En el pasado, jamás oculté mi desdén por el famoso lema del Chef Gusteau: “Cualquiera puede cocinar”, pero al fin, me doy cuenta de lo que quiso decir en realidad. No cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lado”.(…) Honoré de Balzac decía: “El glotón es el sujeto menos estimable de la gastronomía, porque ignora su principio elemental: ¡El arte sublime de masticar! En la mayor parte de sus obras, Balzac elogia la comida y la bebida como integrantes fundamentales de la humanidad, no sólo porque, obviamente nos alimentan, sino porque a través de ellos desciframos comportamientos, signos y símbolos de su cultura y de su interacción entre iguales. Dos acciones que también tienen su sustento en un proceso de socialización que viene incluido en el menú. No hay nada mejor que cocinar para la familia y los amigos, el compartir ingredientes, especias y hierbas aromáticas, pero sobre todo, platicar de comercio y bebercio sin reservas. Como ese encantador e irónico personaje que ha hecho de su programa de televisión, “Anthony Bourdain: Sin Reservas”, una olla gigantesca de sorpresas, de sabores y colores. Este descendiente de franceses por parte de su padre, es un sabio sibarita que viaja por el mundo saboreando comidas sublimes y de medio pelo, exóticas y afrodisíacas. Un chef neoyorkino de sangre y médula que ha logrado convertir sus periplos en viajes filosóficos de la buena comida. Del buen vivir y del buen beber.
Vaga por el mundo en busca de nuevos retos para su paladar. Desde Vietnam, Japón, China, Francia, Islandia, New Jersey, Malasia, Uzbekistán, Nueva Zealanda, Beirut, Ghana, Namibia, Arabia Saudita, hasta Argentina, Brasil, Colombia, Uruguay, México y Perú.
Tony es un raro estadounidense despojado de estereotipos raciales y prejuicios. Es un hombre inteligente y con un humor ácido que siempre que visita un país nuevo asegura que le gusta, más que nada, las comidas caseras, las que están exentas de refinamiento.
Bourdain no es un etnógrafo, es más bien un descubridor de culturas a través de su gastronomía. Se introduce en esa capa social simple y de a pie de la que brotan aromas más auténticos y leales al origen de sus alimentos. Desde esas trincheras, describe la esencia de unos tacos al pastor en México, unas pupusas de lengua o de carnita en Centroamérica, o unos menudos en un restaurante árabe.
“La comida es la forma más rápida y sencilla de acostumbrarse a un nuevo lugar o a una cultura desconocida. Cuando te sientas con la gente y pruebas su comida, el mundo se te abre de una forma poco habitual. La gastronomía es, después de todo, lo que mejor puede representar a un país, a una cultura, a una determinada región o a la personalidad de alguien.” Anthony Bourdain se ha convertido en un explorador sin reservas, un inquieto y cínico buscador de desafíos culinarios donde lo más importante es romper las barreras de lo imposible en materia de comida.
¡Cómo nos gustaría que estuvieras en Bolivia, Anthony! Entonces te internarías en sabores, olores, texturas y sabidurías culinarias incomparables, supieras que en Bolivia está la quinta esencias de los platos que jamás te hayas imaginado. Cavilarías sobre cómo se fueron uniendo los ingredientes en un colorido cha’jchu, picante pero demoledor. Las distintas variedades de lawas serían el jaque a tu sonrisa irónica: llusphichis, chuñu pectu, pectu de habas, uchu de arvejas, fideos uchu. No, no es chino mandarín, es quechua, combinado con sabores y amores de hace mucho tiempo.
Un pique macho reivindicaría tu talante de gladiador sibarita. Marcarías abdominales con unas planchitas demoledoras y te chuparías los dedos con unos pampakus salidos de la tierra, todo eso con una sensual y aromática llajwa que siempre reaviva el aletargamiento por empacho.
Y por fin entrarías en jaque mate con todas estas delicias pecadoras: picante mixto, silpancho, chanka de pollo o conejo, ranga, ranga, fricasé, chicharrón, charque, majadito, saice tarijeño y más, mucho más.
Ven a Bolivia Anthony, y caerás en la cuenta de que tus periplos por el mundo estaban completamente incompletos.