No me quieras tanto compadre

05/08/2017
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La guerra de francotiradores azules está usando la mayor invención legal para meter presos “en sus justas proporciones” a todo aquel señalado por un acto de supuesta corrupción. Corruptos han sido en este país (unos sí, y por supuesto no todos: otros no): En tiempos neoliberales como señala Martinón en su poema, a veces el robo no es robo sino hurto, y por eso los jueces absolvían al culpable, ahora con la ley Marcelo Quiroga Santa Cruz, los que son acusados hasta de robarse un hueco, sean culpables o inocentes, son detenidos preventivamente. ¿Por qué? Lo explica el poeta satírico Martinón, a la que para el caso llama Caconia: “Al caco en Caconia lo juzgan sus pares”. Pero más allá de los vacíos del sistema de justicia, existe otro fenómeno llamado “Sentar la mano en el partido”, este último es de principal interés periodístico, porque es la máxima revelación de las pugnas más agudas al interior del oficialismo.

Los opositores en estricta coordinación con los detractores internos del oficialismo denuncian hechos de corrupción de diversa índole “haciendo invivible el servicio público”, lanzando por las redes sociales una sátira panfletaria de otro planeta, venenosamente mezclada con injurias y medias verdades, pero que desatan escarnios atractivos para las clases populares que se alimentan de información francamente amarillista.

Los activismos en Facebook son ruidosamente exagerados, periodistas que redactan usando trucos semánticos, y hay otros que con redoble de insultos, establecen la siguiente conclusión: “La maldad de un ser humano debiera medirse en masistas”.

Este extremo resulta demasiado exagerado y ruin para mi gusto, prefiero a los editores que son “satíricos pero edificantes”. Yo sé que por señalar estos aspectos no me convertiré en un columnista muy popular, pero es preferible que te odien por ser franco, a que te quieran por ser mentiroso y adulón.

Sin ver ninguna contradicción entre la una y la otra. La una es cuestión de política y la otra es cuestión de principios. Y aunque mezclar las dos puede ser buena política, la verdad es que huele un poco a falta de principios y excesiva mala fe.

Por consiguiente, es necesario decir que estamos de acuerdo con la adscripción “Cero tolerancia con la corrupción”, pero deberíamos incorporar otra en el sistema penal: “Cero tolerancia con las mentiras”, porque hay situaciones extremadamente deshonestas y tendenciosas que fraguan juicios injustos por rencillas políticas, por lo tanto a veces es mejor decir al detractor “No me quieras tanto compadre”, porque últimamente el costo del litigio para demostrar tu inocencia está por las nubes.

 

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