Por décimo primera vez consecutiva, desde que en enero de 2006 el binomio Evo Morales - Álvaro García Linera asumiera la conducción del país, ambos mandatarios han dirigido al país sendos mensajes a la nación, como elemento central de los actos conmemorativos del 6 de agosto. Y como ya es habitual, pues el esquema se ha mantenido invariable durante todos estos años, mientras el Vicepresidente se refirió a los criterios ideológicos, doctrinarios y políticos que orientan la labor gubernamental, el Presidente se encargó de abundar en datos estadísticos sobre los resultados prácticos de su gestión.
Este año, lo que no es casual, el discurso de García Linera tuvo como eje principal el tema ambiental. Expuso con relativa brevedad su visión sobre el asunto y, reincidiendo en la manera maniqueísta y hasta cierto punto simplista como suele abordar hasta los más complejos problemas de nuestro tiempo, confirmó, esta vez ya sin ambages, que el gobierno del que forma parte no se siente obligado a poner la preservación medioambiental entre sus prioridades. Por el contrario, ratificó los términos despectivos con los que suele referirse a quienes plantean la necesidad de poner un límite a la sobreexplotación de la naturaleza en aras de un crecimiento macroeconómico basado en el extractivismo.
Que ese haya sido elegido como tema central de su disertación es muy comprensible, pues todos los grandes proyectos que el Gobierno nacional se propone ejecutar durante los próximos años tienen efectos medioambientales negativos muy severos. La carretera a través del Tipnis, las represas hidroeléctricas, la exploración hidrocarburífera en áreas protegidas, la ampliación de la frontera agrícola en las llanuras orientales son los principales, pero no los únicos casos en los que el pragmatismo económico resulta incompatible con la prudencia ecológica, por lo que ese ya es, y sin duda seguirá siendo durante los próximos años, el principal campo de batalla y confrontación ideológica y política de dos visiones contrapuestas.
Con ese telón de fondo, el mensaje presidencial fue en lo fundamental una repetición, esta vez resumida, de todos sus mensajes anteriores. Un elemento novedoso fue un cierto cambio de tono, menos beligerante y más proclive a la distensión, en sus referencias a las relaciones con Chile.
A diferencia del mensaje del año pasado, en este último se hizo notar la ausencia de una visión autocrítica sobre los puntos débiles de su gestión gubernamental. Se destaca, por ejemplo, el énfasis puesto en minimizar la importancia de la corrupción a pesar de lo abundantes que son los datos que indican que la mala administración de los recursos públicos está llegando al punto de poner en grave riesgo el éxito de los principales proyectos en lo que está invirtiendo cuantiosos recursos el Estado nacional.
Y eso sí que es preocupante porque sin el elemental gesto de humildad necesario para reconocer los propios errores se aleja la posibilidad de enmendarlos.
Como atenuante de esas limitaciones, se podrá decir, como de hecho ya lo dijo, que el del 6 de agosto no es un informe anual de gestión, pues éste se lo presenta desde hace 11 años cada 22 de enero. Sin embargo, aún así, bueno hubiera sido que ambos mandatarios den alguna muestra, por pequeña que sea, de la humildad necesaria para reconocer los propios errores, pues ésta es la única manera de enmendarlos.
Bueno hubiera sido que ambos mandatarios den alguna muestra, por pequeña que sea, de la humildad necesaria para reconocer los propios errores, pues ésta es la única manera de enmendarlos