La extraña moda de medir y comparar

12/08/2017
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Los rankings abundan. Cada cierto tiempo nos llega un nuevo estudio de una prestigiosa consultora o universidad en el cual nuestro desempeño en un determinado campo ha sido evaluado y clasificado; el mejor club, la mejor universidad, etc. Hasta aquí, nada del otro mundo. Lo otro, lo que me parece interesante, es la forma en la que esta clasificación influye en las percepciones de las personas respecto al cambio o mantención de una política. Por ejemplo, una buena posición en el ranking de universidades puede enfriar las tensiones de la ciudadanía en relación a una reforma en la educación superior. Mientras que una mala posición puede justificar la necesidad de una reforma.

Ahora bien, de por sí, una buena o mala clasificación, no determinará un justificativo para la reforma, no es mecánico. Para que ello suceda, hay un factor más; el de las expectativas de las personas.

Las expectativas pueden considerarse como el valor, a priori, que le damos a nuestras instituciones en comparación al resto. Por ejemplo, cuando pensamos en una institución como la universidad pública boliviana y le atribuimos un lugar en la clasificación, lo primero que esperamos es que sea el peor, lo otro sería ingenuo. Esa espera es la que se considera como la expectativa respecto a nuestras instituciones. El valor que le otorgamos en una escala en base a nuestro conocimiento. Por ello, nos alegramos cuando aparecemos en una posición no más allá del puesto 300. Ya que es mejor de lo que se esperaba. Pero esta idea esconde algo todavía más terrible, la capacidad real de control y exigencia de rendición de cuentas que tenemos sobre quienes administran nuestras instituciones.

Los últimos rankings como la posición del mejor club boliviano en el ranking FIFA o la posición de universidades, arrojaron datos desastrosos. De por sí, ni las universidades ni los clubes ocupaban un lugar entre los cien primeros. Irónicamente, se alegraban de estar ubicados un poco más allá del puesto 300. Los reclamos de los ciudadanos también fueron limitados, excepto algunos aislados comentarios en redes sociales. Lo que nos muestra una ausencia de ciudadanía para controlar y exigir cuentas a quienes administran nuestras instituciones. Ya que teniendo evidencias del desempeño real de las instituciones, en los rankings no se presentaron movimientos ciudadanos exigiendo reformas. Esta situación es una clara muestra de que no existe una capacidad real de control y rendición de cuentas a las instituciones, pese a que funcionan con recursos públicos y dinero de la sociedad.

Aceptaré que la metodología por la que se determina los puestos no es imparcial, algo de manipulación debe haber. Pero aun así, que en todas estemos en puestos pésimos debe llamarnos a una profunda reflexión. No la de ser mejores, eso es del ego. Sino de exigir canales para que nuestras autoridades rindan cuentas para dejar de conformarnos con ser espectadores pasivos de la corrupción e ineptitud de nuestras instituciones. Esto me dice la extraña moda de medir y comparar.

 

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