La obra “El camarón encantado” es una adaptación de un cuento de magia realizada por José Martí para una revista de niños, “La Edad de Oro”, allá por el año 1889. Martí nos narra acerca de un matrimonio de un pueblo del mar Báltico, Loppi, el marido, y Masicas, la mujer. “Ella nunca se enojaba, por supuesto, cuando le hacía el gusto, o no la contradecían; pero si se quedaba sin el capricho, era de irse a los bosques por no oírla”.
Eran tan pobres que “las arañas no hacían telas en sus rincones porque no había allí moscas que coger”. Un día de esos, Loppi captura un camarón gigante y cuando iba a echarlo a su morral, el camarón habla, suplicándole que lo libere y que a cambio le daría la comida que pidiera, porque era en realidad era una maga. Loppi pide peces y todos los peces, mágicamente, se meten al morral, así que el marido llega a su casucha con una pesca milagrosa. Masicas se pone muy contenta mientras le dura el gusto por el pescado. Luego, ya quiere otra cosa. Y el camarón encantado, vía Loppi, le iba dando a la mujer lo que su capricho le dictaba: trozos de tocino, ganso asado, pasteles.
Ya no contenta con la comida, Masicas quiere trajes lujosos. Luego, palacios. Después, criados. Más adelante, ser reina. Todo le concede el camarón encantado, hasta pedir ella ser reina del cielo y dueña del mundo. Ahí se corta la cuerda: “¡A tu casuca con tu mujer, marido cobarde! ¡A tu casuca con tu morral vacío!”. Todo desaparece, el castillo, los criados, las ropas.
Desde una perspectiva lacaniana, podría decirse que Masicas sufría de la “caída del nombre del padre”. Loppi podía ser su marido, o su padre, o la autoridad, pero no sabía decirle a nada “no”, por eso el camarón encantado le llama “marido cobarde”.
Ya harto se ha escrito sobre la pretensión gubernamental de perpetuarse en el poder, por encima de la voluntad popular expresada en urnas (Pinochet, dictador sanguinario como eras, te fuiste sin chistar cuando perdiste en el referendo). Se han referido a ello nuestros más lúcidos intelectuales, desbaratando largamente cualquier vestigio de legalidad de eso de que el mandatario tuviera más derechos humanos que el resto de los bolivianos.
Por tanto, una raya más al tigre. Esos “movimientos sociales” son como una gran madre fálica, que demandan, piden, exigen que Evo se eternice. Solo cada 150 años hay un tipazo como Evo, dice una. Es como Dios, grita otra. Y el mismo mandatario, ante una “madre” así, anuncia que “la vida de Evo no es de Evo, sino del pueblo”. Tanto así, que hasta partes de su anatomía son de “nosotros”: “Mi vida y mi rodilla le pertenecen al pueblo”.
De haber “madres” tan demandantes, tan histéricas, haylas. Lacan compararía a esa “madre” (esos grupos palaciegos, cooptados), usando la metáfora de una boca gigante de cocodrilo, que puede cerrarse en cualquier momento comiéndose al hijo en ese amor apabullante, incondicional. Pero, ahí está el padre, con una ley que no permite que esa boca se cierre.
La ley, la norma, nos estructura como sujetos, es la que nos indica la realidad por la que hay que transitar y en la que debemos situarnos, nos guste o no; en definitiva, la norma es la que nos consolida como partícipes de una sociedad compleja y organizada, con pautas de convivencia civilizada.
Masicas debió saber que no puede vivir de placeres, a pesar de quererlos. Esos “movimientos sociales” tienen que saber que hay cosas que tienen requisitos y que hay cumplirlos. No se puede tenerlo todo, hay que castrarse en la vida y aguantarse. Hubo un convenio tácito, cultural y afirmado simbólica y físicamente: el Presidente juró cumplir con la Constitución (con su constitución, dicho sea de paso) y he aquí que denuncia a esa constitución, por “inconstitucional”.
El Héroe Nacional de Cuba termina su relato amargamente: Loppi se sienta a los pies de su mujer muerta, muerta de furia por no tenerlo todo, le compone los harapos sobre el cuerpo y muere él también.