¡Abra cadabra!

CIENCIA CUÉNTICA 27/09/2017
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¿Quién cree más en la magia y en los milagros, sino quien está más necesitado y siente más la marginación y el despecho? El caso se puede aplicar exactamente a la ciencia: soñar la perfección y creerse en la cúspide cuando la realidad nos azota desde todas las esferas y nos hace ser, en realidad, mediocres y petulantemente discurseros y poco dispuestos a quemar una que otra neurona en pensamientos serios que se digan con la realidad ni con la dignidad que otras costumbres y realidades nos roban.

La ciencia del abra cadabra, la del “hágase” son simples alienaciones cuando no se apuesta ni se forman elementos capaces de transformar y de hacer posible esa magia, ese milagro que se sueña. El mismo Jesús no obraba el milagro sin el deseo de conversión de quien lo deseaba: “¿quieres?, tu fe te ha salvado”, solía decir. Y esas personas sobre las que se obraba el milagro, las que posibilitaban el milagro, se transformaban: Los leprosos eran introducidos en la sociedad, las viudas ganaban su dignidad.

Las hadas madrinas serán impotentes con sus artes milagrosas si no encuentran elementos dispuestos a realizar el deseo con el sudor del cerebro y las largas horas de inversión que los discurseadores de la academia no conciben y creen cuestión de sueño y nada más. Cuando el sueño se convierte en pesadilla, en la eterna, se obliga a los idealistas a migrar y a emplear sus cerebros en academias más establecidas. Cuando sólo se sueña y no se actúa en consecuencia sólo funcionan las brujas y los ogros tan maliciosamente perfilados y exiliados al bosque, a la oscuridad y al caos por los devotísimos hermanos Grimm.

Mientras sigamos creyendo en la ciencia del se deseó y se hizo por arte de magia seguiremos colaborando con la vigencia de los hemisferios opuestos: el de los privilegiados que tienden a solucionar sus necesidades y a acaparar todo para ellos y a vender sus excedentes a precios inconsultos; y el hemisferio de los desplazados que sólo consume, a precios y condiciones impuestas la sabiduría y los sistemas de los privilegiados, a raciones prestadas, vendidas y de limosna. Consumimos el q’oñichi de sus pensamientos.

Sin verdadera fe ni incentivos reales, nuestros sueños de ciencia y de conocimientos seguirán repitiendo los cuentos fantasiosos de princesas y de príncipes, en los que la princesa sólo es posible con la salvación “amorosa” del príncipe (occidente obra así con los que margina); entre tanto, a nosotros, los de las márgenes epistemológicas, culturales, sociales y económicas, ni siquiera nos toca el papel de ogros; ellos, por lo menos son ubicados como contrincantes del bien creado en los palacios. Nosotros ni siquiera llegamos a la rivalidad.

Estos deseos de la ciencia del abra cadabra nos hacen olvidar de nuestra capacidad racional, de las posibilidades que podríamos brindarnos a nosotros mismos. Más, nos olvidamos de que nuestras necesidades nos pueden hacer más originales, comprometidos y radicalmente más inteligentes, sin basar nuestras cabezas en heroísmos individualistas ni de caudillos que pensaran, sin transformar, por nosotros. Las cabezas bien empleadas podrían crear la comunidad y practicar la solidaridad.

No hay nada peor que autoimponerse ogros y valoraciones que nos autodictan de que sólo seríamos nosotros imitando, repitiendo, soñando y que por este ejercicio tan alienante, por fin se abran las puertas de la ciencia a plan de puros deseos. Finalmente Alí Baba y los cuarenta ladrones sólo se presentaron en un asunto de Las mil y una noches, con un Aladino aprovechador y oportunista que salió de su pobreza escuchando el truco de un tesoro y de una alfombra que volaba, que se guardó en la cueva.

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