Estamos a pocos años de celebrar el Bicentenario de Bolivia, y Sucre, núcleo de esta República, tiene la obligación de iniciar un debate con el país sobre los logros y los fracasos de la política, el centralismo y las asimetrías económicas y sociales de la realidad nacional durante este largo período.
El Gobierno, las universidades y las regiones tienen recursos destinados a la investigación y son responsables de dar respuestas sobre: ¿Qué Norte tiene Bolivia después de 200 años de hacer más de lo mismo? Para apoyar esas tareas existen prestigiosas fundaciones, centros de investigación y otras instituciones a nivel nacional que cooperan con la formulación de políticas y estrategias innovadoras, pero no logran eco en los hacedores de política. Vemos muy poco interés por los problemas fundamentales del país, y percibimos que dominan la agenda: los intereses políticos coyunturales, la propaganda por la prórroga del poder y el libertinaje en el manejo de la gestión pública.
Los modelos tradicionales de la política internacional, han penetrado en todos los países, y contaminado la salud de instituciones, economía y sectores vulnerables de la sociedad. Los modelos recurrentes de liberalismo, nacionalismo, socialismo y comunismo, que nacen y se alimentan de una misma fuente, no han dado sino resultados funestos, una gran masa de muertos, pobres y marginados, y una élite minoritaria privilegiada. Lo paradójico, es que esa élite de poder, ha cooptado finalmente las masas sociales pobres, dejando muy a pesar suyo, sectores medios que mantienen una posición crítica e insatisfacción. De ahí, emergen problemas fundamentales, que cada país está llamado a responder y resolver, mientras los políticos, toman el fácil camino de copiar o tomar línea de modelos fracasados, los pueblos deben pagar altas facturas.
Un primer desafío es definir, en qué debe consistir una “Tercera Revolución Boliviana” después de casi dos siglos de materialismo, donde estructuras económicas-sociales, políticas y gobernantes solo responden al poder y el dinero. Una verdadera revolución moral, que sustituya el lucro por la Ética, el individualismo y la riqueza de pocos por una vida verdaderamente humana, solidaria y liberadora para todos. Un desarrollo humano superior, base de un futuro constructivo; frente a una sociedad extraviada que se dirige sin rumbo al desastre y desaparición. Los poderes mundiales que se muestran preocupados por la pobreza del mundo, imponen modelos destinados a acrecentar esos males, a la vez que reducir la población mundial como solución.
Los países que tenemos modos de vivir en carencia e inseguridad, debemos empezar por reconformar nuestras familias, y una educación fundada en el humanismo espiritualista. Ahora que el país está disgregado en nacionalidades, inmerso en fracasados procesos de cambio y autonomías, cuando a nivel internacional cunden separatismos, independencias; es oportuno llevar al debate democrático nacional, la estructura del Estado que requiere un cuidadoso análisis, y un esfuerzo por fortalecer el país. Nada es novedoso ni formal en Bolivia, todo es improvisado y con miras al provecho político coyuntural, somos predicadores del cambio, pero vivimos enfangados en la inercia, la corrupción y el atraso.
Ya en la sesión parlamentaria de 26 de septiembre de 1898, el diputado paceño Isaac S. Campero, lanzo un proyecto de Ley de necesidad de Reforma Constitucional para declarar a Bolivia una República Federal, donde los departamentos se transformarían en los Estados Unidos de Bolivia. A su turno, Santa Cruz secundó esas ideas y, Potosí es firme con esa propuesta. Es tema para la reflexión, dejando de lado apetitos localistas, y anteponiendo el interés superior de la patria. Cómo crear regiones agrupando departamentos, así se podrían romper asimetrías y lograr equilibrios (¿?) Actualmente, el país solo vuelca su inversión a un eje central, relegando a otros departamentos a una categoría inferior, ignorando su importante contribución a la economía nacional. Las regiones en Bolivia tienen lógicas de desarrollo diferenciadas que se deben reconocer: El Oriente es una realidad actual; el Occidente espera el desarrollo del “Altiplano húmedo” para cambiar su destino; y, el Norte y Sur tienen sus propios retos y oportunidades.