Dicen que el tiempo lo borra todo y que todo un día se olvida. Todo excepto las cosas que merecen ser recordadas y recordar es volver a vivir.
Entre la infinidad de estas cosas sencillas que poseen la cualidad de mostrar la belleza que esconden las cosas simples están las imágenes, los colores, los sonidos.
Inmersos en la vida cotidiana de la ciudad los cambios que suceden se perciben casi de forma insensible pero para las personas que vuelven cada tanto a ella la percepción de los cambios es totalmente distinta, son cambios abruptos, casi violentos.
Personas que se marchan por distintas razones, que vuelven algún día para descubrir que la ciudad que dejaron ya no es la misma. Tal vez parezca obvio ya que las ciudades crecen y cambian, pero es triste cuando el cambio tiene un costo tan alto y representa pérdidas irremediables.
Pienso en algunos ejemplos: las colinas verdes y frescas que enmarcaban la ciudad, los eucaliptos que bordeaban un lado del camino al aeropuerto Juana Azurduy, altos, casi tocando el cielo azul nítido, el castañeteo de sus hojas bajo el influjo del viento, creando un sonido sideral, los sembradíos de maíz que se veían bordeando el lado contrario del camino desbordando vida y frutos generosamente. Los árboles esbeltos que descendían de los legendarios cerros Sica Sica y Churuquella acercándose amablemente a esa parte alta de la ciudad, abrazándola con afecto. Los atardeceres desparramando tonos cálidos y tibios filtrándose entre el follaje. Los paseos de fin de semana por esos rumbos de la mano de mis padres y abuelos.
De pronto, abro los ojos y me pregunto ¿dónde están los árboles?, esos que acompañaron nuestra niñez. Y simplemente veo que han desaparecido. Las colinas se han poblado de casas que incluso se observan invadiendo los cerros míticos. El verde fresco ha sido reemplazado por el gris y el pálido naranja del cemento y los ladrillos.
Han pasado sólo un par de décadas pero esos días parecen tan lejanos. Los árboles y el verde no volverán y tendremos que alejarnos cada vez más de la ciudad para buscar a la naturaleza hasta que un día no habrá un lugar dónde encontrarla a menos que hagamos algo por evitar que se destruya lo que queda.