Misceláneas navideñas

BARLAMENTOS 22/12/2017
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La Navidad es la fiesta de la bondad. Eso debe haber cavilado un amigo que festejó su cumpleaños contando una anécdota. “Pinto óleos de la cordillera que bordea la ciudad y rodea el Tunari”, narró, sosegando un poco la euforia del ‘happy birthday’ y de la apetitosa torta en la que apagó una vela. “Me angustia que de un tiempo a esta parte, la mancha verde despliega incendios forestales. Vivo cerca de la sede del SAR, donde esperan los heroicos voluntarios que los apagarán. Pregunté en qué podría contribuir, y dijeron que necesitaban machetes.” El cumpleañero procedió a pasar una alcancía para reunir fondos entre los asistentes para comprarlos. Se recaudó para adquirir quince machetes de doble filo, aserrado y liso.

Puede que sólo sea imagen de estampita, pero descendió sobre nosotros el espíritu de un bebé humilde, nacido en un pesebre rodeado de animalitos y tres reyes que perseguían un cometa. Un amigo ofreció sus buenos oficios ante un importador para lograr un descuento. Otro contó la larga y triste historia del idealista que parió una entidad de ayuda a niños inválidos. Yo sólo puedo escribir.

A la mañana siguiente, sugerí llevar a nuestro nieto a entregar la ropa que hacemos planchar en la cárcel de mujeres para ayudarles, si tal fuera posible. El gurí se deslumbró al tomar cuenta del valor de la libertad: ¿son encarceladas por igual una que robó un pan y otra que estafó mil dólares?, preguntó. Afecto a frases enigmáticas que es, le pareció la cárcel, que tiene kioscos y todo, “humana nomás”. No sabía del hacinamiento carcelario ni de los procesos judiciales que llevan años.

Su madre se asustó por acarrearle a tan desagradable tarea. El niño intervino: le espetó que él también merecía conocer la realidad. El sufrimiento de tantas personas me recordó a personajes de grandes obras de grandes escritores: el Oliver Twist de la novela homónima de Charles Dickens y el Jean Valjean de Los Miserables de Víctor Hugo. Espero sean obras que lea mi nieto a su tiempo.

El Evangelista Lucas atribuye a un coro de ángeles que cantó a los pastores del entorno del pesebre del niño Jesús “Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. Se cambió a una versión tal vez excluyente: “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Es “una interpretación inexacta”, dice el Concilio Vaticano II, ya que debería incluir “a todos los hombres honestos, que buscan la verdad y el bien común, sean o no creyentes”. Porque como dice Raniero Cantalamessa y lo transcribo yo, la paz “se otorga por la buena voluntad de Dios, por gracia, se ofrece a todos. La Navidad no apela a la buena voluntad de los hombres, sino que es anuncio luminoso de la buena voluntad de Dios hacia los hombres”.

Menos mal que mi nieto no habló de estafas de millones, porque le tendría que explicar lo de las dizque mujeres indígenas del escamoteo del FONDIOC, del Pari, la Zapata y otros escándalos del presente Gobierno, de un “proceso de cambio” que más parece relevo de rateros elevado al cubo. Sin embargo, la Navidad es la fiesta de la bondad y debo perdonar porque lo pide Dios; pero no olvido, penosa piedra de Sísifo que cargo.

¡Felices Fiestas a todos!

 

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