El derecho a la libertad de expresión u opinión y, fundamentalmente, su ejercicio, constituye un derecho humano universalmente reconocido a favor de todas las personas, bajo todas las circunstancias y modalidades, pues está así proclamado en prácticamente todos los instrumentos internacionales de la materia. Desde la Declaración Universal de DDHH, pasando por la Convención Americana de DDHH y, no podía faltar internamente, hasta en la CPE de Bolivia. La CADH precisa que este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole y que no puede estar sujeto a censura previa, salvo responsabilidades ulteriores, mientras que la CPE consigna bajo nuestros derechos fundamentales (derechos civiles y políticos, puntualiza) el expresar y difundir libremente pensamientos u opiniones por cualquier medio, de forma oral, escrita o visual, individual o colectiva.
Consecuentemente, el pensar y expresar ese pensamiento de manera pública por cualquier medio y ante cualquier circunstancia constituye un derecho humano, fundamental, constitucional, convencional y/o civil (según la doctrina que se siga) franqueado a favor de toda persona, no está sujeto a censura previa y, por supuesto, aplica para todas las circunstancias, incluyendo aquellas que implican ejercerlas, deliciosamente, frente al poder. Ésta, afirmo, es la mejor manera de ejercerlo.
De ahí que lo acaecido con el piloto de quads Leonardo Martínez en el circo dakariano (“Señor Presidente, señor Vicepresidente, la mayoría votamos No. Yo cuando entro al Dakar me someto completamente a todas las normas y a las reglas del Dakar. No soy político, yo solamente le pido, señor Presidente, que respetemos la Constitución, respetemos el 21 de febrero. Solamente eso yo le pido”) no debería causar revuelo alguno, a pesar de haber sido sabrosamente vertido en las mismas narices de los aludidos.
Por cierto que disfruté lo sucedido. Aplaudo y felicito al Martínez, pues, como muchísimos ciudadanos, me divertí con las caras de desconcierto y sorpresa de los señalados, el tímido aplauso de la esposa del Vice, la desesperación de los serviles del entorno y del relator oficial del régimen, etc. Y no pretendo aquí menoscabar ni minimizar la celebrada actitud del piloto, sino manifiesto mi sorpresa porque una gran parte de los ciudadanos consideren héroe a quien ejerce uno de sus más elementales derechos: manifestar su pensamiento.
Reiterando mi complacencia por su actitud, sostengo que, así las cosas, en la actual Bolivia Plurinacional y dado el triste estado de su “democracia” (hace mucho tiempo convertida en dictadura), algo muy fiero tiene que estar pasando para que consideremos héroe a quien ejerce un derecho, así sea de manera pública y frente a quienes son los supuestos perjudicados. ¿Acaso entonces ahora los bolivianos tenemos que ser héroes para ejercer nuestros derechos humanos?
Si así fuera, el régimen estaría teniendo éxito en implementar su dictadura quitándonos nuestra identidad, como amenazó su ideólogo convertido en el apóstol de la guerra, el odio y la división, y los bolivianos estaríamos fracasando en ser lo que elementalmente nos corresponde y estamos obligados: ser ciudadanos y ejercer nuestra ciudadanía censurando, entre otras cosas, el abuso de poder.
Afortunadamente, lo acaecido confirma que aún bajo esas deplorables circunstancias, en medio de la salvaje represión de ciudadanos hasta dentro de San Francisco (no voy a escribir eufemísticamente “como en las dictaduras”, sino en plena dictadura) el régimen ha jalado su débil pita más allá de sus reales posibilidades a través de su “Doctrina Morales” y otras estrategias envolventes y el soberano –nosotros–, le sacamos la tarjeta roja hace tiempo por haberse saltado multitud de waypoints democráticos, por lo que cada vez le será más difícil –sino imposible–, aun en espectáculos circenses preparados para darse baños de masas, controlar el legítimo empute ciudadano. No caigamos en la trampa del régimen, no somos héroes por ejercer nuestros derechos, somos nada más ni nada menos que ciudadanos. Así que, en esa coyuntura, concuerdo con Bertolt Brecht: “Desgraciado el país que necesita héroes”.