Un pasaje amazónico de anti-historia boliviana

BARLAMENTOS 02/02/2018
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Mariano Baptista Gumucio llamó por teléfono para invitarme, y traer a mis cuates, a su presentación de un Museo de la Cochabambinidad –así lo llamo– en la Casona de Mayorazgo. Soy un admirador de mi amigo. En su presentación, el culto “cochala” del que una vez comenté que es un “boliviano sin hado propicio”, aclaró que su especialidad es el siglo XIX. Habló de dos figuras históricas de la Llajta, Nataniel Aguirre y Mariano Melgarejo, quizá porque documentación, fotos y cartas de su paso por la historia adornaban el inicio del Museo, iniciativa merecedora de permanente apoyo.

Confieso tener una visión escéptica del devenir boliviano, una anti-historia de nuestra patria, tal vez porque percibo que la historia a veces ensalza a unos en desmedro de héroes con méritos reales. Dicen que no hay novia fea ni muerto malo, pero prefiero a Néstor Galindo en vez de Melgarejo. El tirano fusiló al letrado poeta cochabambino, preso después de la batalla de La Cantería.

Melgarejo fue también el que concertó la medianería de un paralelo imaginario, abriendo la puerta al despojo chileno del litoral marítimo. Andinocéntrico el país, en tiempos de la quebrada de cola a Chile con el Tratado de 1904, ya se había vendido el Acre como antes el Litoral, cosa que hoy los chilenos nos restriegan al negar la cesión de un pedacito de mar. No fue otra cosa que terminar de regalar el pedazote de selva que en 1868 Melgarejo traspasó, dicen que a cambio de un caballo y otro grado de General (el primero fue adulonería chilena). Quizá por ignorancia de la geografía amazónica, ni se insistió en un pedacito de ribera norte del río Madera, que daría acceso al gran Amazonas y al Océano Atlántico sin el obstáculo de las cachuelas.

Por eso fue como uña raspando vidrio que Mariano Baptista Gumucio enalteciera a Cobija, capital de Pando. Su nombre recuerda la vergüenza del puerto en el Pacífico. Era la barraca Bahía, que como todas entonces tenía techo de palmas secas y estaba llena de bolachas de goma, ambos fáciles de encender una vez que el mestizo camba Bruno Racua lanzara su saeta flamígera. Fue en la batalla de Bahía, en la que residentes riberalteños, la mayoría, equipados por Nicolás Suárez en la llamada Columna Porvenir, batieron a los brasileños. Fue antes de que a punta de talón y batelón llegaran las tropas militares de José Manuel Pando.

La capital del entonces Territorio de Colonias era Riberalta, centro además de la explotación de la siringa, esa que atizara separatismos acreanos dirigidos desde Manaos, siguiendo el modelo de Texas en beneficio de EEUU y desmedro de México. Fue antes de que los ingleses escamotearan plantines y los sembraran en plantaciones en su entonces colonia malaya; finalmente mató el negocio amazónico que un estadounidense inventara el caucho sintético. La colusión de congresales paceños y cruceños, y la aquiescencia de Nicolás Suárez cuya Cachuela Esperanza ponía al Estado demasiado cerca de sus archivos, hizo que se opte por un nuevo departamento con capital en Cobija.

El 3 de febrero es el cumpleaños del Mariscal Sucre, real padre de Bolivia, de quien el Libertador Bolívar escribiera que “usted está llamado a los más altos destinos, y yo preveo que usted es el rival de mi gloria”. Retornaba a su patria chica con el brazo liberador tullido en una asonada de ingratos botudos. Para mis adentros, pienso que ahí empezó la yeta boliviana, mala suerte que también atribuyo al ensalzamiento de anti-héroes.

Sea lo que fuera, en memoria del natalicio del Mariscal Sucre se estableció la fiesta de mi natal Riberalta. La hospitalidad cochabambina no me priva de la nostalgia y en el cumpleaños de mi pueblo, de un ¡viva Riberalta!

 

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