"Un párrafo sin errores. No se trataba de resolver un acertijo, de componer una pieza que pudiera pasar por literaria o de encontrar razones para defender un argumento resbaloso. No. Se trataba de condensar un texto de mayor extensión, es decir, un resumen, un resumen de un párrafo, en el que cada frase dijera algo significativo sobre el texto original, en el que se atendieran los más básicos mandatos del lenguaje escrito –ortografía, sintaxis– y se cuidaran las mínimas normas: claridad, economía, pertinencia. Si tenía ritmo y originalidad, mejor, pero no era una condición. Era solo componer un resumen de un párrafo sin errores vistosos. Y no pudieron”.
Con estas palabras, Camilo Jiménez, profesor colombiano, renunció a su cátedra ante la impotencia de “conseguir” que sus alumnos elaboren un resumen con un solo párrafo bien escrito. Y sin querer generalizar, bien sabemos que ese es recurrente dilema en universidades públicas y privadas en Bolivia.
Nadie nace sabiendo y menos escribiendo con corrección. En realidad, y lo han advertido los grandes sabios de todos los tiempos, el dominio del lenguaje se adquiere leyendo; un buen escritor (y orador), deberá, primero, sacarse la mugre como lector. ¡Y cómo ese esfuerzo será compensado con creces, pues la lectura es asombrosa máquina de tiempo, certera buceadora de recónditos misterios y contradicciones de la naturaleza humana y puerta infinita a los más maravillosos y extraños universos sin la necesidad de remontarse, físicamente, a través de cielos y mares lejanos!
Sin embargo, la práctica de la lectura suele ser la última de las preocupaciones en países como el nuestro y eso incluye a las universidades. Es probable que afecten las pésimas condiciones de la educación escolar, con temas perennes y lejos de remediar: Los sueldos magros de los profesores de la escuela pública, la deserción escolar, la ultrapolitización del magisterio o la imposibilidad cotidiana de una mayoría de la población de dedicarle el tiempo y la energía necesarias a una formación que vaya más allá de la mera sobrevivencia, al vernos obligados a pensar en cosas más urgentes como el pan y el abrigo de cada día.
También, influirá el hecho de que se masifica la costumbre de no leer otra cosa que no sea la información pobre y fragmentada de una mal utilizada red de Internet. La lectura se va reduciendo a las redes, los chats, los memes y para la búsqueda de fuentes en relación a los “trabajos académicos”, hay sitios tan sugerentes tipo el “el rincón del vago” o “monografías.com”.
En consecuencia, la lectura continúa relegada y subestimada bajo el manto de sesgos absurdos que la catapultan como un oficio marginal, cuando ameritaría que sea concebida cual uno de los más básicos y fundamentales derechos humanos y correspondería a todo Estado el hacerla accesible e imprescindible. Pero, al no faltar los detentores de la toma de decisiones que, con tamaño e ignorante desparpajo, se pavonean diciendo que les da tremenda modorra leer (cuando los funcionarios públicos lo mínimo que deberían escudriñar es la historia del país que pretenden administrar), seguramente las prioridades “culturales” seguirán girando en torno a los “polifuncionales” de cemento, el Dakar, los juegos Odesur y aquellas actividades, verdaderos monumentos a la inteligencia, al estilo del “pique macho más grande del mundo”.