La gestión 2018 ha comenzado en el hogar-internado, así como en su colegio, y supongo que estaréis los muchachos con multitud de afanes y preparativos. Ya tengo deseo de visitaros y conocer a tantos “nuevos” que se han inscrito para el presente curso.
Las primeras tareas de clase, los nuevos amigos, las necesarias nostalgias, los acostumbrados horarios… ¡la disciplina! Imagino mil inquietudes en vuestros corazones adolescentes que aspiran a prepararse para tan deseada –a veces no tanto– aventura.
Pero hoy, eres tú quien me escribe mediante una conocida red social. Respeto tu anonimato. No perteneces al Centro de Formación del que hablo líneas más arriba. No importa. Esta columna quiere reflejar esos valores humanos y cristianos que los educadores intentamos inculcar con diálogo y tolerancia en vuestra controvertida edad.
Éste es tu escueto comentario: “A veces las personas buenas están llenas de tatuajes y las peores se encuentran en la iglesia”.
Estoy seguro de que muchos jóvenes estarán de acuerdo contigo. Os lo he oído decir en numerosas ocasiones. Sois testigos de actitudes vividas por gentes que manifiestan al exterior comportamientos distinguidos, pero que dejan traslucir críticas e intolerancias sin fin. Y tenéis razón.
Lo cierto, buen amigo, es que nuestros juicios deben estar rodeados de prudencia y de un sano saber esperar. En esto es importante relativizar. Lo hacen, sin duda, las personas sensatas e inteligentes.
Apenas te conozco. Unos cuantos mensajes en la red y alguna que otra visita al Seminario, donde resido, me han permitido saber algo de tus necesidades y proyectos. Chaval inquieto, sin duda, te interrogas por muchas cosas y me atrevo a decir que tienes el espíritu impaciente de quienes buscan sentido, significado, para su vida. Eso me gusta mucho.
Quizá la cultura y las costumbres de los que ya peinamos canas, como se dice, nos hacen pensar, cuando vemos a los jóvenes por la calle, que ciertas vestimentas o maneras, también los tatuajes, forman parte de un estilo de vida desarreglado, desaliñado, informal. Más cerca de la transgresión y hasta de la delincuencia… Es posible que tengamos bastante miedo de coincidir con estos chicos y ante ellos nos sintamos inseguros.
Nada más lejos de la realidad, porque soy testigo y tú también, de ladrones “honorables”, con corbata y guante blanco. Y los hay arriba, donde la gente importante. Y los hay abajo, donde el común de los mortales que transitamos la rutina de cada día.
Como escribí arriba, te pido que seas persona prudente e inteligente. No te dejes llevar de la primera impresión, que resulta inútil para juzgar y decidir. Ensaya el intento de conocer la urdimbre del corazón de las gentes, allá donde se tejen intenciones, componendas y decisiones. A cambio, yo procuraré no tener recelo, por la calle, de ese joven que se acerque con malas “pintas” –así se dice en mi tierra–. Me arriesgaré a conocerle y ayudarle si lo necesita.
Si te sirve, te comento que Papá-Dios, del que te hablo con frecuencia, tiene una mirada generosa con nosotros, sus hijos. No se fija en las apariencias, sino en el santuario interior de las personas. Él, como nadie, sabe todas y cada una de las circunstancias que nos influyen, que nos modelan, que justifican nuestra personal manera de ser y de hacer.
Él nos ama porque nos conoce, nos acepta. Se las vale para que superemos todo eso que nos hace daño, y siempre, siempre, respetando nuestra libertad.
Creo que no eres chico de iglesia. Me temo que no vas a misa. Quizá reces de vez en cuando. No por eso eres malo: tu rostro bondadoso, tus sinceros interrogantes te delatan. De eso soy testigo. ¿Tu presencia exterior? Bueno, pues con tatuajes, aretes, jeans rotos… Tampoco por eso eres malo: tus palabras cariñosas, tu manera noble de pensar el futuro, igualmente te delatan. También de eso soy testigo.
Espero tu pronta visita en el Seminario. Charlaremos y rezaremos juntos un rato… ¿de acuerdo?