El remedio y el antídoto

11/03/2018
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Estamos en la mitad de la Cuaresma, tiempo que nos lleva a la celebración de la Pascua. Tiempo de cambio y conversión, tiempo de perdón y reconciliación, tiempo de gracia y vida nueva. Nos viene bien que nosotros los cristianos, tan débiles y volubles como los israelitas, nos espejemos en su historia para decidirnos a una seria y verdadera conversión, cuando nos acercamos más y más a renovar nuestro bautismo, en la noche grande, la noche de Pascua. La noche de la Vigilia Pascual tomaremos la opción de seguir a Cristo, con nuevo entusiasmo. Por ello, si no estamos viviendo la cuaresma, la liturgia cuaresmal sigue insistiendo en la necesidad de la conversión.

La clave del evangelio de hoy está en las primeras palabras. Cristo ha sido “levantado”, en medio de Israel como sacramento de salvación: él significa y comunica la salvación. La comparación con la serpiente, que Moisés levantó en el desierto aclara el mensaje. Se dice en el libro de los Números que los israelitas mordidos por las serpientes venenosas miraban la serpiente de bronce alzada por Moisés y se salvaban. Juan quiere decir que la presencia de Cristo Salvador entre los hombres es la de un hombre “levantado” que ilumina y salva a cuantos mordidos por el mal, miran hacia él y le crean. En el mensaje del evangelio de Juan, ese estar “levantado” se refiere a la pasión-muerte-resurrección-ascensión del Señor, en ese momento clave, se declara abiertamente el plan amoroso del Padre y se muestra el camino único de salvación que se ofrece a todas las personas.

En el libro de la sabiduría capítulo 16, 5-7, se narra el mismo episodio subrayando el amor de Dios que viene en auxilio de los suyos. El remedio sorprendente consistía en mirar la imagen de una serpiente labrada en bronce y elevada por encima del campamento. Jesús aplica todo esto así mismo. El pecado fue la causa de esta plaga mortal. Pero Jesús es el remedio y el antídoto. Él ha sido elevado en la cruz y basta mirarlo con fe para ser curados. Sí, mirarlo, mirarlo quiere decir creer en él, tomar en serio sus enseñanzas, frecuentar su trato en la oración y en los sacramentos.

La mirada de los israelitas hacia la serpiente de bronce seguramente sería como la de aquellos enfermos que se acercaban a Jesús pidiendo salud y alivio en su demanda de salud y de perdón de sus pecados. Una mirada cargada de esperanza y de perdón. La mirada es una expresión de la situación que cada uno está viviendo. Por los ojos de las personas podemos penetrar en lo profundo de su corazón. Los ojos son el espejo y la ventana del alma. ¿Cómo miramos a Cristo? Él es el Hermano Mayor que quiere salvarnos. El remedio del pasado era mirar. ¡Qué simple parece! No obstante, esto, son muchos los que no quieren mirar, contemplar a Cristo en la Cruz, el causante de todo es el pecado de cada uno. Cuaresma, tiempo para mirar a Cristo con la seguridad que él nos salva.

 

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