Las pendencias mentales

CIENCIA CUÉNTICA 02/05/2018
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Me confieso aspirante a usar la cabeza y a lo que ella pueda producir en ideas y, quizás, en pensamientos. Confieso de nuevo, y esta no es la última vez que lo voy a hacer, que esto me presenta conflictos, úlceras y gastritis.

Debiera ser más bien un simple borrego que debiera seguir lo que otros ya pensaron para una masa que consume simplicidades con fanatismos de idolatría. Este asunto mantendría mi cabeza sin uso, lista para el museo.

Debiera acomodarme a los miles de conformistas que prestan su apoyo a uno y otro caudillo, al de turno; así seguiría prolongando mi solución a cambio del pan cotidiano que no tiene garantía de que será, por lo menos, quinquenal. Puedo y no quiero practicar este deporte harto parecido al hurto.

Quisiera soñar con que no debiera pensar para que las cosas me sigan atropellando con el más perdulario castigo. Pero alguna neurona, supongo que ella es, me advierte de que es mejor agarrarse a trompadas con las ideas, la sentencia no es mía, sino de Gabo, el autor de muchas fantasías. ¿Cómo quedarse en la calle o en la casa o en cualquier sitio sin darse cuenta de las cosas, sin que la rebeldía asalte y quiera tender a cualquiera en la lona por algún tiempo? Esta es la diferencia entre el conformismo: “las cosas son así, no hay nada que hacer” y la rebeldía: “porque son así debemos hacer algo para que esto no se eternice”. Esta será la diferencia entre tragarnos tamañas amenazas de personajes que creen mandar hasta sobre las leyes de la naturaleza, como que el sol se ha de ocultar si no escogemos a alguien señalado. La idolatría sin razonamiento puede ser el triunfo de la total alienación.

Renunciar a la razón para que otros piensen o nos impongan ideas sublimes o de pacotilla sería comprarnos un amo que invada nuestra más segura y estricta intimidad. Hacer que otro diga lo que nosotros pudiéramos decir, a costa de que lo que ese piense o diga, en realidad, fuera nuestra aspiración es rematadamente la pérdida total de la dignidad, el regreso al elemental rigor de la dictadura que empieza con las ideas y termina en nuestro borreguismo cotidiano. ¡Es asombrosamente triste que en vez de postular ideas y practicar posiciones, nos convirtamos y nos conviertan en baladores, mugidores, piadores! En estos casos algún ladrido pudiera ser el principio de la disonancia contra un intento monolítico.

Las pendencias que me dicta la mente suelen rayar en el peligro de que ya no me basten las acciones. Porque es también verdad que sólo darse cuenta de las cosas sin obrar, es la otra parte de la alienación y de la inacción, porque renunciar a mi razón y usar mi razón para no hacer nada, ni siquiera para escribir, son extremos del mismo peligro.

Es que la cabeza tiene extraños rumbos y extremas prácticas: lo mismo da que renuncie a mi pensamiento para que alguien lo haga y obre por mí, que querer usar mi cabeza para querer pensar sin que mi conciencia afecte a otros. El cementerio, de todos modos, es el depósito de cadáveres, de los que quisieron pensar y de los que renunciaron a hacerlo.

 

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