Arrecia la guerra de politiquería

BARLAMENTOS 18/05/2018
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Bolivia es un país de guerras. Bueno, de guerras y conflictos. La guerra con Perú en 1828 culminó con su Presidente invasor muerto en la Batalla de Ingavi; no se hizo caso a Tacna y Arica que pedían ser bolivianas; luego, límites en el norte amazónico arbitrados por un Presidente argentino, soslayando que deben dudar de ecuanimidad en un país limítrofe con uno de los litigantes.

En la guerra con Argentina en 1837, la Prusia Americana de Andrés de Santa Cruz (mestizo, como la mayor parte de los bolivianos) resistía la oposición de ésta, aliada con el Chile de Portales a la Confederación Perú-Boliviana (ahí comenzó 1879). Nos regaló un Mariscal, pero no reclamaron el territorio ocupado por las armas bolivianas. Menos el Chaco Central y la leal Tarija fue cercenada por un paralelo imaginario que dice estar mal fijado.

Para qué llorar sobre leche (o sangre) derramada en seísmos sociales –indígena, mestizo y criollo– que dieron origen a la República de Bolivia. O de guerras perdidas del Pacífico, Acre y Chaco.

Eso sí, el país se jacta de falsas “guerras” que han enfrentado a compatriotas. Hay muchas, pero empecemos por la llamada Guerra Civil de fines del siglo XIX. Más que subyacer el fin del ciclo de la plata y el inicio del ciclo del estaño, o enfrentar chuquis contra chucutas, soslaya que en la Asamblea Constituyente de 1825, los delegados de La Paz votaron por anexarse al Perú. Digno de destacar fue la participación indígena, a favor de unos (masacre de Ayo Ayo) o de otros (matanza de Mohoza). Hizo de tal contienda algo étnico, que quizá llega a extremos en el mamotreto de la Casa del Pueblo en la sede de gobierno, o en algún postulado indianista que quiere poblar el país de “primeros entre iguales” aymara.

Coinciden con tiempos de la modalidad de golpe de Estado democrático: hacer ingobernable el país. El primero, la “Guerra del Agua” del año 2000, detonó por privatizar la provisión de agua potable; casi 20 años más tarde tiene a “cochalas” sin agua y medrosos de que Misicuni se rebalse. La notoria “Guerra del Gas” de 2003 encendió la mecha que luego originó la explosión patriotera que defenestró a Goni y puso la alfombra roja a la elección de Evo Morales. El tercero, que no se anota porque es gobiernista, en 2001 parió otro mariscal, hoy ministro en la ONU quizá premiado por aporrear mujeres, ancianos y niños en Chaparina; se burlaron del indigenismo de nuevo cuño masacrando a “indígenas de tierras bajas” y se mofaron de la Pachamama y la defensa del TIPNIS.

Sostengo que la cuarta “guerra” es de la politiquería y está en curso. Su celo selectivo se nota cada día en el escandalete de provisión de mochilas chinas a escolares, de opositores políticos en alcaldías de Cochabamba y Oruro. Curiosamente, resta atención a muchos casos de dolo corrupto y abuso de poder del régimen de Evo Morales. Denuncias a Directora de Migración; el montonero del MAS pillado en Brasil con pichicata; el “originario” aburguesado que robó dineros del Banco Unión; la avivada de quizá supernumerarios escamoteando insumos en la CNS; la venta de maíz a fantasmas en EMAPA.

Citan 25 casos de corrupción en este Gobierno y dicen que son apenas la punta del iceberg. Yo solo me acuerdo de los más (¿o MAS?) “jugosos”. ¿Será que algún día se sabrá quiénes son “Paty, “Alvarín y Cotapati” de emails de “coimisiones” en contratos de caminos? Y eso que falta indagar la posible corrupción en grandes adjudicaciones, según anotó Humberto Vacaflor.

El fondo es la endémica corrupción política y empresarial develada por el Operativo Lava Jato en Brasil. En nuestro país, y en otros, pringa a casi toda la clase política y a la sociedad en general, abonada con bosta de un imaginario popular que tolera el “roba pero hace” de políticos angurrientos.

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