Hoy, en la primera lectura, tomada del libro del Génesis 3, 9-1, se nos narra la reacción de Adán y Eva ante la llamada enjuiciadora de Dios por la desobediencia al mandato divino, el primer pecado. Ninguno de los dos quiso asumir su responsabilidad. Adán echó la culpa a su esposa Eva y ésta, indirectamente a Dios, que la puso en su camino. La mujer creía estar libre de culpa a causa de la seducción de la serpiente. Algo de esto nos sucede ante los males y pecados de cada uno. En medio de todo, Dios no desespera de la persona. En las últimas líneas de esta lectura, está el anuncio de la buena nueva. Habrá una mujer que reivindicará a la primera, esa mujer es María, la Madre de Jesús, que nos dio al Salvador. De ahí que sé ponga a la serpiente a los pies de las imágenes de la Inmaculada Concepción.
El pecado de origen, llamado pecado original existió, hoy también existe el pecado personal y social. Todos somos parte de este mundo de pecado. El Papa Francisco no deja de reiterar que todos somos pecadores. En cada pecado personal como social resuena y se ratifica el pecado de origen. San Pablo es claro cuando nos dice que dentro de nosotros podemos verificar esa situación de pecado en la que estamos inmersos, así mismo, la lucha entre el mal y el bien. El mal que no quiero es precisamente lo que hago, prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¿Quién me librará de este ser mío presa de la muerte? Dios por medio de Jesucristo (Carta a los Romanos 7, 18 Y S.).
Los judíos acusaron a Jesús de endemoniado, “tiene dentro a Belzebú y expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Jesús responde señalando que eso es una blasfemia contra el Espíritu Santo, con cuya fuerza expulsa a los demonios. Según esto, Jesús afirma que es un pecado contra el Espíritu Santo y no tiene perdón.
Pecado imperdonable porque es la negación total de la presencia y acción de Dios a través de su Hijo, Jesús. Es la ceguera voluntaria ante su luz divina. Atribuyendo al diablo lo que evidentemente es obra de Dios. Los jefes religiosos se vieron acusados por la palabra y actuación de Cristo. Hoy, también sucede algo parecido cuando se acusa de comunistas, de derechas, de la oposición: a los laicos, sacerdotes, obispos y al mismo Papa Francisco que quieren ofrecer una propuesta evangélica al clamor de los pobres, de la libertad, de los derechos de la persona, del derecho a nacer, de la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural. En esto existe también hoy día el pecado contra el Espíritu Santo: obstinarse a no ver, en llamar virtud al vicio, en justificar el pecado y pretender santificarlo. El verdadero mal está no tanto en cometer el pecado, sino en no reconocerlo como tal.