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La importancia de llamarse “señor”

BARLAMENTOS 06/07/2018
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Me disculpará Oscar Wilde si parafraseo su exitosa obra teatral “The Importance of Being Earnest”, que juega con las palabras del nombre “Ernesto” y la cualidad de ser “earnest”: empeñoso, ardoroso o serio en las cosas que se acometen, así fuesen triviales. La comedia de Wilde no se mofa de asuntos sociopolíticos en la Inglaterra victoriana, pero tiene el trasfondo de hipocresía común en esa época y en el reciente reclamo de Evo Morales a un director distrital de Educación por dirigirse a él como “señor Morales”, en vez de “hermano Presidente”. Agravó el trivial y supuesto agravio que el prorroguista rebajó su alta investidura presidencial tildándolo de “hermano de corbata” y “señor de los señoríos”, y darle un castigo de los que dan a alumnos traviesos.

A guisa de aclaración doy un sesgo etnohistórico a la terminología utilizada.

Habría prejuicio étnico en travesura de mozalbete que desde su bicicleta tumbaba el sombrero blanco de una distraída cholita cochabambina. Pero nunca he sabido de tijeretear chuspas de coca en ninguna parte, como el humillante corte de corbata de humildes empleados públicos en la sede de gobierno. Bueno, eso fue antes que el falso socialismo del siglo XXI (¿comunismo del Vice?) de hace 12 años, mutase al falso capitalismo de hoy.

Es más, informan de la última moda de chicos “bien” en Santa Cruz de la Sierra, que aparte de las pildoritas azules que apetecen vejetes urgidos de irrigación inguinal, alargan sus farras con bolos de coca desmenuzada, que además de “bico”, ofrecen ahora con stevia y sabor distintos. Versión más pedestre tal vez es el envoltorio plástico de similar producto en Cochabamba.

No sé a qué “señoríos” se refería el Presidente. Quizá fue solo la asociación de “señorío” y “señor”. Espero que no se haya utilizado el término refiriéndose a señoríos o cacicazgos aimaras en Carangas y Pacajes, conquistados por quechuas que sí formaron el imperio de los cuatro “suyos”, poco antes de que llegaran los barbados hispanos, sus caballos, sus perros güeros y sus espingardas.

¡Ah, este nuestro habla popular! Sus sinónimos y acepciones multiculturales se prestan a toda clase de doble sentido. No sé si es verdad, pero alguien me dijo que “compañero” es testículo en el musical “runa simi”. Recuerdo que el admirado Peter Travesí se mofaba de “runtus” (que en quechua quiere decir “huevos”), esos misioneros mormones –uno gringuito y el otro criollito— antes de normas que apuntan a quitar el racismo de la picaresca y tal vez ofensiva relación.

El concepto “pueblo” es uno que el sabio F. A. Hayek describía como “palabra comadreja”. Aludía a un mito nórdico de la comadreja que chupa el contenido de un huevo sin romper el cascarón. En el léxico político de hoy las palabras comadreja succionan el significado de los conceptos. Hay muchas, la mayoría asociadas a la politiquería socialista. Sin embargo, de la misma manera que para ser “caballero” no es preciso montar caballo, para ser un señor no es requisito ser dueño de señorío. Solo es una persona madura y un apelativo protocolar.

A menudo recuerdo a mi amigo Orlando, a quien me unía el mote de “ojoso” que prefiero me ligue a él y no al ministro Romero. Era hermano de un ícono del socialismo en Bolivia: Marcelo Quiroga Santa Cruz, asesinado en los albores del último estertor, ojalá, de la intromisión de militares en la vida política del país. En una asamblea un almidonado socio reclamó porque mi amigo replicó una previa perorata suya, llamándolo “señor”: ¡soy “doctor”!, alardeó. Sagaz, Orlando le tapó la boca indicando que en Bolivia para ser “doctor” se requieren cinco años; para llamarse “señor” a veces ni alcanza toda una vida. Y es que para llamarse “señor”, recuérdenlo, hay que merecerlo.

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