En el evangelio de este domingo, Marcos 6, 1-6, Jesús afirma, siguiendo un dicho popular del pueblo de Israel: “Nadie es profeta en su tierra”, “sólo en su tierra un profeta carece de prestigio”, o “no desprestigian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y los de su casa”, según las diversas traducciones que usemos. El profeta sigue siendo profeta, sea o no escuchado, La responsabilidad por la falta de frutos de la predicación de un profeta recae enteramente sobre los creyentes, sobre los de su tierra, sobre sus parientes y los de su casa.
Todo bautizado participa de la función profética de Cristo. Así lo vemos desde el inicio del cristianismo. En los Hechos de los apóstoles 2,17-18, el apóstol Pedro anuncia que en la Iglesia se cumple la antigua promesa, y todos por igual serán profetas. En la oración que reza el sacerdote, después de haber echado el agua sobre la cabeza del bautizando, dice: “El Espíritu Santo les consagre con el crisma de la salvación para que entren a formar parte de su pueblo y sean para siempre miembros de Cristo sacerdote, profeta y rey”. Desde el bautismo, nuestra vocación cristiana nos exige vivir y actuar como sacerdotes, profetas y reyes.
En la Iglesia, cuando hablamos de profetas, no nos estamos refiriendo al que pronostica cosas futuras, sino al que ve el presente a la luz de Dios y juzga los acontecimientos con miras al cumplimiento del plan de la salvación. Ser profeta no es cuestión de parapsicología sino de fe profunda y caridad valiente. Dios nos habla a través de su palabra contenida en la Biblia y de su voz, la voz del Espíritu Santo. Dios nos habla también por medio de los hermanos que han recibido el Santo Espíritu. Dios nos habla por medio de los miembros del hogar, de los compañeros de trabajo, de los amigos y de tantos otros. Para poder hablar de Dios a los otros, primero es necesario hablar con Dios. A Dios se le habla y se le escucha en la oración.
A cada bautizado se le invita en este día a reflexionar y tomar conciencia del deber de ser profeta del Señor. Puede ser que vivamos entre hombres y mujeres que no creen, incluso amigos, y quizás no les hemos hablado nunca de Dios, por respeto a sus ideas, decimos. Hoy más que nunca necesitamos cristianos que a ejemplo de Cristo, el “Gran Profeta”, sean profetas, testigos del Reino y comuniquen la “Buena Noticia” con valentía. La Buena Noticia es Jesús. Dios siempre se ha manifestado en el día a día, a través de los acontecimientos más diversos y, sobre todo, por medio de personas “signo” que saben sonreír, compartir, escuchar a los otros y aceptarlos como son y ayudarlos. La actuación de los laicos como profetas y apóstoles está principalmente en él, en la realidad humana. La gracia de Dios nos hace capaces de ser profetas a cada uno de los bautizados. Por ello, recemos al Santo Espíritu para que nos dé la fuerza de anunciar a Jesús en todas partes y en todo momento.