La actitud de la Asociación de Conjuntos Folclóricos de Villa Victoria, de La Paz, que se resistió a suspender la “entrada” de bailes de esa zona pese a la tragedia que se sufrió allí, es una muestra más de que el interés que guía a muchas, sino todas, organizaciones de danzantes no es precisamente religioso, ni siquiera cultural.
Al igual que otras zonas de La Paz, Villa Victoria tiene su propia “entrada”, una que está dedicada a la Asunción de la Virgen María cuya fiesta está fijada para el 15 de agosto en el santoral católico. Se trata de la misma advocación venerada en Quillacollo, en la fiesta de Urkupiña, pero mientras en Cochabamba la fiesta se realiza ese mismo día, la de Villa Victoria estaba prevista para hoy.
El accidente se produjo, entre otras causas, cuando un micro, en cuestionables condiciones técnicas, embistió a una fraternidad de caporales que ensayaba para participar en la “entrada”. Como se sabe, ese hecho provocó la muerte de siete personas, la mayoría de ellos bailarines.
Al margen de la tragedia, lo sorprendente es que, pese a la magnitud del hecho, la referida asociación se negó a suspender la entrada debido a que las bandas ya estaban contratadas y la ropa comprada o alquilada. A ese burdo argumento economicista se sumó una abominable comparación: se dijo que el carnaval de Oruro no se suspendió cuando se cayó un puente y hubo muertos.
Sobre esto último hay que apuntar que es cierto: la tragedia ocurrió en el carnaval de 2014, cuando una pasarela, que había sido armada por la Alcaldía, cedió ante el peso de las personas que estaban encima y cayó sobre una banda de música. Hubo cuatro muertos y 96 heridos pero, pese a lo sucedido, las “entradas” folclóricas continuaron realizándose, aunque hubo manifestaciones de dolor, se ofreció condolencias y hasta se declaró luto.
Algo parecido sucedió en los carnavales de este año, también en Oruro, donde hubo dos explosiones que causaron la muerte de 12 personas y heridas en más de 50. Fueron más muertos que en 2014 pero esta vez el argumento fue que los hechos no tenían que ver con el Carnaval y no ocurrieron en el trayecto, aunque sí muy cerca. No se respetó el dolor de los dolientes y se siguió bailando.
Como se ve, la falta de respeto al dolor ajeno es pasada por alto por intereses mayores y estos generalmente son económicos.
No es para nadie desconocido que las fiestas patronales, entre las que destacan las famosas “entradas”, sean éstas del carnaval de Oruro, Gran Poder, Ch’utillos o Guadalupe, generan un gran movimiento económico y éste se advierte, también, en algunas fraternidades. Danzas como morenada, diablada y caporales, en ese orden, representan una gran inversión que no se limita al pago de cuotas o compra o alquiler de ropa. Existe toda una parafernalia que consiste en ensayos, preentradas, fiestas y otras actividades para las que siempre hay que dar dinero. La consecuencia de todo esto es que los dirigentes de fraternidades, y sus asociaciones, manejan gran cantidad de dinero y, consiguientemente, adquieren innegable poder, así sea transitorio.
La fe es un pretexto. Con honrosas excepciones, los bailarines casi no saben la historia y el origen de sus festividades, no conocen bien al santo o a la virgen porque su principal interés es tener a tiempo la ropa para lucirse en las “entradas”. Por eso mismo es que no hay respeto ni siquiera por la muerte.
En el caso de Villa Victoria, fueron los vecinos quienes se impusieron y lograron que se suspendiera la entrada. Oruro se quedó con el rótulo de insensible frente al dolor humano y dejó la impresión de que, aún frente a tragedias, la farra está primero.
En el caso de Villa Victoria, en La Paz, fueron los vecinos quienes se impusieron y lograron suspender la entrada folclórica tras un accidente mortal. Oruro se quedó con el rótulo de insensible frente al dolor y dejó la impresión de que, aún frente a tragedias, el derroche está primero