Santa Cruz celebra estos días su efeméride departamental y lo hace a su estilo, a lo grande y sin complejos.
Y el festejo no se limita al 24 de septiembre, que es la fecha de su insurrección libertadora, sino a varios días atrás y se prolongará otras jornadas de aquí en adelante. Y es que, para la mentalidad cruceña, festejar un día es muy poco, así que no sólo se toma una semana: hace suyo todo el mes.
Por naturaleza, el cruceño es espontáneo, franco y emprendedor. Esas características, sumadas a su clima benigno, han convertido a su departamento en el más rico de Bolivia. Es cierto que la migración tuvo mucho que ver en su desarrollo pero sería egoísta restarle méritos al nacido en aquella región.
Si bien es cierto que los occidentales afincados en Santa Cruz cooperaron en gran medida para su progreso, no es menos cierto que éste no se habría logrado sin el ímpetu natural de los hijos de aquellas tierras.
A principios del siglo XX, cuando Santa Cruz todavía era la noción remota de un paraíso perdido, los analistas pronosticaron que aquella sería la región del futuro si lograba romper el aislamiento al que le había sometido la naturaleza, tan pródiga en aquella región. Su vocación agropecuaria y la extensión de sus tierras, muchas de ellas vacantes entonces, permitían presagiar que la industrialización del país podría arrancar allá.
A eso se sumó la confirmación de reservas petrolíferas que hicieron de la conexión a Santa Cruz no sólo un objetivo sino una necesidad. Ya en el gobierno de Germán Busch fueron firmadas notas reversales con Brasil para la construcción de un ferrocarril hasta Corumbá.
La necesidad de explotar el petróleo incentivó la denominada “Marcha al Oriente”; es decir, toda una estrategia que tenía el objetivo de llegar hasta Santa Cruz y, de paso, sacar a ese departamento de su aislamiento.
Eso fue posible con la construcción del camino Cochabamba-Santa Cruz utilizando las regalías mineras que, para entonces, todavía significaban el grueso de los ingresos propios del Estado. El camino comenzó a construirse en 1943 y fue inaugurado en 1955 por el presidente Víctor Paz Estenssoro. Paralelamente, también se impulsó la construcción del ingenio azucarero Guabirá.
Una vez que Santa Cruz rompió su aislamiento, comenzó a crecer desmesuradamente y en poco tiempo pasó a convertirse en el departamento líder en desarrollo económico. Actualmente, es el más poblado de Bolivia pero su crecimiento poblacional no sólo se debe a su tasa de natalidad, que no es muy distinta a la del resto del país, sino, fundamentalmente, a la recepción de enormes bolsones de migrantes. Al llegar este nuevo aniversario se calcula que Santa Cruz crece en 60.000 habitantes por año como consecuencia de la migración.
Aunque ha perdido buena parte de su liderazgo político, debido, fundamentalmente, a los hechos vinculados con el operativo en el hotel Las Américas, es el indiscutible líder económico tanto por la cantidad de industrias que alberga como por el movimiento de recursos que representa.
Una de las claves de su éxito es que los cruceños sueñan en grande y generalmente cumplen sus sueños. Eso les permite impulsar sus proyectos hasta posicionarlos e incluso llevarlos más allá de lo imaginable.
La ciudad ha crecido tanto que existen miles de nuevas urbanizaciones, desde las humildes, que son las receptoras de la migración rural, hasta los condominios ahora convertidos en barrios gigantescos que no son otra cosa que pequeñas ciudades.
Ahora van más allá. Proyectan construir una nueva ciudad, una nueva Santa Cruz que esté dotada de toda la tecnología posible y permita que el crecimiento prosiga sin interferencias. Lo más seguro es que también lograrán ese anhelo.
Si bien es cierto que los occidentales afincados en Santa Cruz cooperaron
en gran medida para su progreso,
no es menos cierto que éste no se habría logrado sin el ímpetu natural
de los hijos de aquellas tierras